7 de abril de 2009

Lo que hacemos que nos pase

Ortega y el niño

Me gusta la siguiente definición de la vida que dio Ortega, tan sencilla como acertada: la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Partiendo de esta breve fórmula podemos hacer interesantes análisis de nuestra vida y de las situaciones por las que va pasando. Y como “vivir –añadía certeramente nuestro filósofo- es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”, en tales análisis no sólo nos deberíamos preguntar por lo que efectivamente hacemos sino más aún por lo que podemos hacer, por las posibilidades reales ante una situación concreta.

Algunas veces, para mi uso personal, he comparado la vida al juego del ajedrez, y ello guarda también cierta equivalencia con la orteguiana descripción; porque en efecto nuestra existencia viene a ser un gran tablero ajedrecístico en el que el mundo y nosotros vamos moviendo nuestras respectivas piezas; él nos hace sus jugadas –y hasta jugarretas- y nosotros movemos nuestras piezas, usamos nuestros recursos, para responderle o para buscar con iniciativa lo que queremos que pase. Claro que nuestra vida tiene múltiples trayectorias, y por eso yo la comparo, más que a una simple partida de ajedrez, a una gran partida de partidas simultáneas de ajedrez interrelacionadas entre sí. Pero no es ahora oportuno extenderse sobre esto.

Imagen: Ortega parece transmitir el marino sonido de la caracola a un niño  

Aprovechemos, no obstante, esta reflexión para subrayar que “la vida”, que resulta que es “nuestra vida”, o más exactamente lo que cada uno de nosotros llama mi vida, es algo que no sólo nos interesa teóricamente sino de un modo fundamentalmente “práctico” (como sabía muy bien el gran teórico Ortega), y de ahí que sea misión básica del pensamiento hacer que la vida a la que sirve sea satisfactoria para sí misma; lo cual para mí quiere decir coherente con quien realmente soy y tan feliz como sea posible. Pues bien, meditando la fórmula de Ortega y complementándola, acuñé hace tiempo otra definición que en cierto sentido me resultaba más práctica: la vida es, en muy considerable medida, lo que hacemos que nos pase.Pensador en el tablero

Creo que es una fórmula más práctica porque, si se mira bien la realidad propia desde ella, da útil explicación de por qué nos ocurren infinidad de cosas y, sobre todo, porque ayuda a movilizar efectivamente esa vida haciendo tomar conciencia de nuestra responsabilidad en ella y, consiguientemente, a hacernos cargo de la misma tratando de tomar las mejores decisiones e iniciativas para que sea lo más parecida a lo que deseamos que sea –si sabemos y nos atrevemos a poner en claro con nosotros mismos qué deseamos realmente. Se trata de una idea que suscita la esperanza activa, que incita a la acción responsable, que invita a tomar en nuestras manos nuestra vida para tratar de hacerla efectivamente muy nuestra y “muy vida”, es decir, auténtica e intensa. Usando de nuevo la analogía ajedrecística, pongo el peso en el activo jugador vital que somos, en el movimiento inteligente, previsor, audaz, de nuestras piezas.

La definición que propongo no es sólo una síntesis máxima de algo que en la realidad de la vida humana efectivamente ocurre, sino que además se trata precisamente de lo que más nos importa tener en cuenta, ya que nos hace tomar conciencia –y uso- de nuestra capacidad de transformación de la propia realidad, de mejora personal, de aprovechamiento de nuestras posibilidades. Reparad, por cierto, en que matizo ese “lo que hacemos que nos pase” con la expresión “en muy considerable medida”. Creo que efectivamente esa proporción es muy alta; pero, además, podríamos aquí aprovechar otro sentido de la palabra considerable, añadiendo que también ese punto de vista sobre la vida que refleja la definición es el que más frecuentemente deberíamos tomar en consideración, puesto que es el que nos va a permitir acercarnos a nuestro mejor vivir, a nuestras acciones vitales óptimas.

Fijémonos en que al señalar el grado en que es aplicable la definición (“en gran medida”) estoy a la par haciendo una salvedad, dejando constancia de que hay otros ingredientes que también influyen en la configuración y el resultado de nuestro paso por la existencia. Por ejemplo, los elementos de nuestra circunstancia que no elegimos y con los que en principio tenemos que hacer necesariamente nuestra vida: así, podríamos decir que yo no he elegido nacer en una determinada familia, ni ser español, ni ser andaluz, ni las condiciones que provienen de mi cuerpo o de mi fisiología, ni ser varón, ni, por ejemplo, las tendencias iniciales de mi carácter; pero, si se piensa bien, sí puedo elegir el modo en que voy a tomar todo eso, cómo lo voy a ser, o en determinados casos incluso cómo lo voy a transformar: así, hay quienes adoptan profundamente una nacionalidad distinta a la de origen (sin que ello signifique forzosamente perder esta primera), hay quienes modifican extraordinariamente el carácter desarrollado en su infancia y aun el de su madurez, hay quienes varían radicalmente su cuerpo, e incluso la identidad sexual desde la que viven, quienes se crean una “familia real” de más fuertes vínculos que la “natural”, etc. Las posibilidades sociales y técnicas que brinda nuestra época hacen más patente y más frecuente esta capacidad de la libertad humana de superar límites en la búsqueda del propio destino personal, el que cada cual se forja a sí mismo –como bien sabía Cervantes, gran amigo de la libertad: “tú mismo te has forjado tu destino”. Volvemos así a la decisiva importancia de lo que hacemos que nos pase, incluso en facetas en que podría parecer que pesa más lo que hemos recibido o heredado.

Otro ingrediente cuyo peso en la vida humana no hay que olvidar es el azar (si bien muchas personas denominan azar –o llaman frecuentemente “mala suerte”-, a lo que ellas mismas provocan con sus actitudes, actos y omisiones). Porque ciertamente nos acaecen hechos muy importantes o muy graves para nuestra vida en los que el azar interviene como “primer actor”: pero primer actor, yo puntualizaría, por orden de aparición en escena, no necesariamente por orden de importancia en los resultados que ese suceso tendrá para nuestra vida. Por ejemplo, el azar interviene efectivamente al poner un día en nuestro camino a la mujer o al hombre de quien nos enamoramos, pero somos nosotros quienes decidimos el modo de intentar vivir esa vocación personal –o hasta el renunciar a ella; no se elige tener una vocación concreta, pero sí si la seguimos o no, y de qué manera lo hacemos respondiendo a la situación en que nos encontremos. Somos nosotros quienes vamos desarrollando nuestras vocaciones y aficiones mejor o peor a lo largo de nuestra biografía, acaso llevándolas a su plenitud, tal vez siguiéndolas en escasa medida o ignorándolas.

Se podrá objetar que hay acontecimientos completamente azarosos que se imponen a nuestra vida y ante los que “nada podemos hacer”. Tal vez se nos ponga de ejemplo un grave atropello o accidente del que no seamos causantes –ni tan siquiera parcialmente- o una enfermedad como un cáncer. Quitando los casos en los que el que padece el mal tiene una parte mayor o menor en su causa (como quien iba conduciendo sin la debida atención o prudencia, o como el fumador empedernido que contrae –más bien se genera- cáncer de pulmón), podríamos decir que efectivamente hay casos “puros” en que la persona no tiene la menor responsabilidad ni influencia en lo que le ha pasado. Pues bien, incluso ante tales circunstancias hay radicales diferencias entre personas en el modo de hacerles frente, de manera que lo que parecen en principio situaciones similares se acaban diferenciando, como la luz y la oscuridad, en función de la actuación personal de quienes las han padecido. También en ellas es trascendental lo que hacemos que nos pase. En este caso, lo que hacemos con lo que nos pasa cuando esto es muy dramático o incluso trágico. (Lo mismo se puede afirmar, por cierto, para el caso del enamoramiento no correspondido).Christopher Superman

Pensemos en los casos admirables de personas que han luchado con coraje y tenacidad impresionantes en situaciones en las que sería fácil hundirse, rendirse, abandonarse sin intentar realizar las mejores posibilidades que se mantengan. Podemos citar el conmovedor caso de Christopher Reeve, el actor que interpretó al famoso “superhéroe” Superman, y que luego actuó superándose heroicamente en una memorable lucha contra una cruel tetraplejia ante la que no se rindió, conquistando considerables e inesperados logros físicos y personales (inesperados para otros, no para él, que los procuró con ahínco). No menos conmovedora es la tremenda y porfiada lucha de los Odone, cuya historia se muestra en la película “Lorenzo´s oil: el aceite de la vida”; su pequeño hijo estaba condenado a morir en plazo breve por una enfermedad llamada adrenoleucodistrofia, y el matrimonio (lego en cuestiones médicas) se puso a investigar por su cuenta para salvar a Lorenzo, a quien los médicos daban sólo dos años de vida; y lo lograron: tras una denodada investigación encontraron el modo de salvarlo, para sorpresa de los médicos. Otros casos “milagrosos”, como el de la increíble recuperación de Morris Goodman (conocido en los Estados Unidos como “el hombre milagro”) tras un accidente de avioneta, muestran hasta qué extremos puede llegar el ser humano con la fuerza de su mente, de su fe, de su coraje y su perseverancia. Este hombre, con la médula espinal aplastada, las dos primeras vértebras cervicales rotas, que únicamente podía mover sus párpados, a quien le pronosticaron que ya sólo podría vivir con respiración asistida y con apenas más movilidad que la de un vegetal, logró con la fuerza de su mente salir del hospital en menos de diez meses, tal y como se propuso. Estaba convencido de que “el hombre se convierte en lo que piensa”.

Pienso que incluso ante una muerte inesperada “se pueden hacer cosas” por parte de quien la sufre. Quiero decir que se pueden (y se deben) haber hecho. Si vivimos teniendo en cuenta de veras que eso nos puede ocurrir cualquier día, sin dar por supuesto que viviremos “lo normal”, que nos queda una larga existencia para hacer lo que queramos, en suma, si seguimos aquel consejo de Marco Aurelio de que no vivamos como si tuviésemos mil años por delante, entonces procuraremos fuertemente ir dedicando nuestros días –días contados, aunque no sepamos cuántos nos quedan- a aquello que de verdad puede hacer que la vida nos merezca la pena, esa pena que más tarde o más temprano a todos nos va llegando. Se me ocurre resumirlo proverbialmente: quien no se confía y su morir pre-siente, aprovechará para bien vivir su presente.

En todo caso, quien se construye una personalidad fuerte, aunque no evite que algunos sucesos negativos le pasen, sí suele conseguir que no le sobrepasen. Porque mientras quede en pie nuestra personalidad siempre podremos influir poderosamente en cómo nos pasan. Tanto, que se llega a vivencias radicalmente diferentes según nuestras actuaciones y actitudes, de modo que en este sentido es muy distinto lo que nos pasa según lo que nosotros hacemos con ello. Así, ante la misma grave situación frente a la que una persona se abandona y se entrega pusilánimemente a lo peor, otra logra vivirla, en cambio, realizando en sí la inmensa capacidad de lucha, de amor, de esfuerzo, de orgullo y de dignidad que posee el ser humano, y que constituye uno de sus más admirables timbres de gloria.

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La fotografía de Ortega y Gasset junto al niño es obra de Nicolás Muller y ha sido obtenida en la página http://lacomunidad.elpais.com/el-mundo-del-transporte-/category/mis-fotografos-preferidos

La imagen de “El ajedrez en la vida” se encuentra en la página http://jm-pascual.blogspot.com/2008/04/la-luz-entre-tinieblas-el-ajedrez-en-la.html

La imagen de Chistopher Reeve ha sido obtenida en la página http://muldercomics.blogspot.com/2008_09_01_archive.html

21 de marzo de 2009

Poder de la constancia

La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia.

OvidioDiscóbolo de Mirón

En la nunca acabada formación de nuestra persona y en la construcción de nuestra vida cada acto cuenta, cada gota  contribuye al resultado. Somos artífices que van esculpiendo la gran obra que es la vida con cada uno de los golpes de cincel que son nuestros actos y actitudes. Todo aquello a lo que decidimos dedicar nuestro tiempo, así como la manera como lo hacemos, importa: nos acerca o nos aleja en relación con lo que verdaderamente estamos llamados a ser, hacer y vivir. Quien cuida cada paso de su vida orientándolo coherentemente con lo que en su fondo desea, sabiendo que con ello está dando forma a sus logros personales, es quien se mantiene en forma, el estado que precisamente le puede llevar a la consecución de sus metas; así ocurre con el deportista que tiene buen cuidado de todo lo que hace y deja de hacer, con la vista puesta en el objetivo de la victoria olímpica. Entre quien no cesa de dar buenos pasos en la dirección de sus proyectos vitales auténticos y quien una y otra vez se para, se distrae o se desvía de su camino, pronto se crean enormes distancias. Las que finalmente separan las vidas mejores y más fecundas de las mediocres y poco aprovechadas.

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La imagen del Discóbolo de Mirón ha sido extraída de la página http://www.profesorenlinea.cl/ .

10 de febrero de 2009

Decisivo para la felicidad

A Ana, amorosa persona y entrañable amiga “de toda la vida” –de la vivida y la por vivir.

Para que alguien dé felicidad hay que tratarlo como persona; si lo tratamos de otro modo podrá dar trabajo, servicio, placer, pero no felicidad. Y podrá dar tanta más cuanto más rigurosamente personal sea su función en nuestra vida. Por esto la felicidad está condicionada en su máxima parte por las relaciones personales, y el factor decisivo para el grado que se logre es la aptitud y la vocación que se tenga para ellas.

Si se tiende la mirada sobre las personas a quienes se conoce bien, se ve cómo la probabilidad de felicidad –no digo realidad porque esta depende de las circunstancias exteriores, del azar, de mil cosas más- está condicionada por su aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas.

(Julián Marías, La felicidad humana, pp. 285-286)

Quiero reiterar la última expresión de la cita: el factor decisivo para nuestra felicidad –nos dice este maestro que tanta felicidad logró vivir- es nuestra aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas. No nos confundamos pues: no se trata de relaciones sociales cualesquiera sino de las verdaderas relaciones personales, en las que hay auténtico interés por la otra persona, alguna intimidad con ella, en las que se la imagina y de algún modo se sigue el curso de su vida, que nos importa; a lo que se añade algo vital (en doble sentido: trascendental y vivido realmente): se estima a esa persona, se la siente como valiosa para uno, se busca y se degusta, por tanto, su compañía por lo que esta nos aporta personalmente.

Interesa también la distinción entre las relaciones fundamentalmente utilitarias, en las que ante todo se busca algo, y las  relaciones en rigor personales, en las que lo que se busca principalmente es a alguien. Como señala Julián Marías, sólo estas últimas nos pueden dar alguna felicidad –la cual hay que distinguir del placer, la alegría y otras realidades que pueden tener alguna relación con ella, pero que no son propiamente felicidad. La diferenciación entre las relaciones estrictamente personales y las utilitarias (entre las cuales existen en la realidad formas intermedias) conviene hacerla no solo teóricamente, sino también en nuestro vivir. Tanto para aclararnos qué buscamos realmente de otras personas concretas como para ver qué quieren ellas de nosotros.

Chiste de ÁlvaroSe puede pasar por la vida sin hacer la experiencia de lo que es una verdadera y profunda relación personal, sea por una visión utilitaria de la vida, por superficialidad, por vivir perdido entre las cosas (que son innumerables en nuestra época, en la cual esta tentación es mayor que en otras), lo que puede producir incluso una cosificación de la persona, o por orientarse básicamente al logro de una ambición que actúe en forma despersonalizadora, sea el dinero, el poder, el sexo, la fama, etc. Se padecería en estos casos una minusvalía del alma que priva de un ingrediente esencial del ser persona, hasta el punto de que, en cierto sentido, ello es una forma radical de que el hombre esté más enfermo y sea más inseguro que ningún otro animal –como afirmaba Nietzsche-, puesto que puede vivir sin apenas ser lo que profundamente es, sin cumplir su amoroso destino. Al cabo, como vio perspicazmente otro de los filósofos irracionalistas y grandes valoradores de la vida, Unamuno: “Una persona aislada dejaría de serlo: ¿a quién, en efecto, amaría?”.dicksee-romeo_and_juliet

No perdamos de vista que, sin embargo, las maneras intensas de relacionarse personalmente conllevan también la  posibilidad del dolor, como ocurre en los casos de pérdida o de decepción. Cuanto más hondo es el pozo interior que podemos llenar de dicha, también es mayor el doloroso vacío en que puede quedar. Pero es un grave error no arriesgarse a intentar ser felices con tal de evitar el dolor. He dicho a veces que quien para evitar la posible amargura se coloca una espiritual armadura, tal vez evite con esta la puñalada, pero no menos la caricia. A aquellos que por su miedo toman este gris camino, se les podrían decir estas líricas palabras de Gibrán Khalil Gibrán: os dirigís “hacia un mundo sin primavera, donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas”.

Por otro lado, la experiencia nos muestra que las otras personas no nos pueden ser equivalentes entre sí, que significan muy distintas realidades y posibilidades para nosotros. Por ello es muy importante saber escoger a las personas que introducimos en nuestro mundo personal, procurando que nos sean verdaderamente estimables, sin engañarnos ni dejarnos engañar. Es recomendable ejercer el “derecho de admisión” con respecto a hasta qué zona de la propia vida dejamos penetrar a quienes entran en ella.

No está de más preguntarse alguna vez honestamente si de veras estimamos en el fondo a cada una de las personas con quienes mantenemos trato cercano, lo bastante para el tipo de relación que guardamos con ellas, o si de algún modo nos hemos dejado llevar, por miedo a la desaprobación, por sustituir la realidad por nuestros deseos, porque importe más “lo que debe ser” que lo que en verdad es, por inercia o por lo que sea, pero faltos de última convicción de que nos merece la pena una verdadera relación personal.

En general, hay que tener en cuenta lo que podría llamarse el ajuste de relaciones. Hay, por ejemplo, personas en las que encontramos algunas cualidades positivas, con las que simpatizamos en algún grado, pero que tal vez no llegan a satisfacernos de un modo que haga aconsejable una amistad muy profunda y frecuentada; pero también podemos “dejar escapar” a alguien con quien sí podríamos vivir ésta muy intensa y enriquecedoramente, alguien cuya amistad “nos pertenecía” (las relaciones que son o contienen una amistad profunda son una vocación y, como ocurre con toda vocación, la podemos seguir o nos podemos desviar de ella, somos libres para lo uno y lo otro). Es necesario el tacto para no pasarse ni quedarse corto en la forma de cada relación personal; es menester dar a cada relación su verdadero lugar –y su correlativa dedicación- porque los errores, sean por exceso o por defecto, se pagan, haciéndonos perder una dosis de autenticidad y de intensidad vitales.

Nuestro tiempo, nuestra capacidad de atención y nuestras energías son limitados, por ello hemos de saber seleccionar a quiénes se los dedicamos. El tiempo que compartimos innecesariamente con personas que en realidad no nos convencen o con quienes no tenemos suficiente afinidad se lo estamos restando a otras personas que nos pueden aportar mucho más, y no pienso sólo en las que ya conocemos, sino también en las que podríamos conocer si nos diésemos tiempo y oportunidad. Me parece criterio principal para acertar en nuestras elecciones el de la calidad personal, la cual suele tener no poco que ver con la calidez personal. Atender o no a esto tiene notables consecuencias con respecto a la contextura de nuestro vivir y nuestras posibilidades de felicidad.

Los errores en los aspectos que he comentado pueden erosionar la confianza y la apertura a los demás. Hay quienes se encastillan o se retraen, apartándose de la posibilidad de fecundas relaciones personales, debido a sus malas experiencias pasadas. Estas requieren un análisis inteligente y veraz para tratar de aprender de los errores y transformar la negativa experiencia en positivo saber para futuras ocasiones, un saber que nos haga más perspicaces y nos ayude a mantener la necesaria apertura a las personas que pueden merecernos la pena. Y en esa calibración de lo ocurrido conviene preguntarse con humildad, con sana disposición autocrítica, si nosotros no tendremos algo que ver en lo acontecido, si por ejemplo nos hemos dado personalmente o no, si hemos puesto con generosidad nuestra persona para que la relación haya funcionado dando de sí lo que acaso podría.

Para ver con mayor claridad el estado de nuestro mundo personal podemos preguntarnos: ¿quiénes me son plenamente personas en mi vida? Se me ocurre sugerir el siguiente criterio: quien me importa por sí mismo, no solamente por la cara de su vida que da a mí, no exclusivamente por su relación conmigo. Cuando sentimos a alguien como persona nos interesa conocer, e imaginamos en alguna medida (tanto mayor cuanto más nos funcione como persona), “la novela de su vida” y, si la queremos, lo hacemos sintiendo que nos importa su felicidad.

En cuanto a la aptitud para las relaciones personales, hemos de tener en cuenta que una parte de ella consiste en la capacidad de mostrarse auténticamente al otro, de comunicar la propia persona, de transmitir en algún grado la propia vida. Las relaciones dignas de llamarse personales en un sentido profundo son una vocación en la que se desea dar lo que se es (una parte de lo que se es o incluso la integridad, dependiendo del tipo de relación), a la par que se recibe la realidad personal del otro, para producir una gozosa y valiosa interpenetración personal.

niño-madreTambién forma parte de la aptitud citada la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir como  nuestras (o casi) sus alegrías, sus penas y sus proyectos vitales, la capacidad de simpatía y compasión. La querida amiga a la que está dedicado este artículo es un excelente ejemplo de lo que señalo: posee esa preciosa capacidad de sentir al prójimo, y es evidente su potencial de felicidad, que afortunadamente ha ido pudiendo actualizar en su vida con no poca frecuencia e intensidad. Soy deleitado testigo de la ilusión y hasta la efusión de esta mujer por sus personas queridas –entre las que tengo la dicha de contarme-, y esas “emocionales emanaciones” son clara señal de su aguda vocación por las relaciones personales. Y no olvidemos, por cierto, que la ilusión por otras personas es ya, en sí, una forma de felicidad.

Os invitaría, si me lo permitís, a considerar personalmente –cómo no- las palabras de Marías, en forma de preguntas sobre la propia persona y vida. ¿He desarrollado yo mucha o poca aptitud para las relaciones verdaderamente personales y valiosas?; ¿qué veo acerca de ello cuando miro mi vida, qué actitudes suelo tener ante mis diversas relaciones con otras personas, incluyendo las que se me ofrecen como posibles?; ¿me gusta mantener vivas relaciones fuertemente personales, las busco activamente, estoy abierto a ellas?; ¿soy consciente de que son realmente factor clave para el grado de felicidad que pueda alcanzar? (aunque acaso no lo sean siempre para mi comodidad o mi seguridad). Y la pregunta que no debe faltar: ¿qué puedo hacer si no estoy del todo contento con esta fundamental dimensión de mi vida para mejorarla? Porque no olvidemos que las aptitudes se pueden mejorar y desarrollar, y las vocaciones se pueden descubrir, fomentar, cultivar.

La respuesta, no ya intelectual sino vital, a estas preguntas, sin duda marca profundas diferencias entre personas –entre las que lo son con algún grado de insuficiencia y las que llegan a ser persona con plenitud.

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Ilustraciones:

Chiste de Álvaro en http://marucanales.wordpress.com/2008/07/21/la-felicidad/

Cuadro de Romeo y Julieta (del pintor Frank Dicksee) en http://www.alchimea.it/images/dicksee-romeo_and_juliet.jpg

Niño y madre, en: http://ecodiario.eleconomista.es/ciencia/noticias/401138/03/08/La-felicidad-no-se-compra-se-hereda.html

17 de enero de 2009

Si quieres...

Si quieres recibir amor, da tú realmente amor. Porque a aquel que se convierte en amor, el Amor lo encuentra, lo   reconoce, y se entrega a él.Desde los afectos... por Maria_MM

Si quieres que tu cuerpo te trate bien, trata tú bien a tu cuerpo.

Si quieres que tu alma te trate bien, trata tú bien a tu alma.

Y recuerda que el uno y la otra se ayudarán y potenciarán o se estorbarán y se menguarán, porque son dos amigos inseparables que comparten y se contagian sus alegrías y sus tristezas, y que se prestan sus fortalezas y sus flaquezas.

Si quieres que el mundo te sonría sinceramente, sonríele auténticamente tú al mundo.

Si quieres que la belleza te regale los ojos y el corazón, extrae y regala la belleza que hay en ti.

Si quieres que tu circunstancia trabaje esmeradamente para ti, trabaja tú con esmero para tu circunstancia.

Si quieres que las personas te den lo que a ti te interesa, busca tú darles algo que verdaderamente les interese a ellas.

Si quieres que el mundo te dé abundante riqueza, encuentra y dale tu abundante riqueza al mundo.

Si quieres que la vida sea generosa ofreciéndote sus bienes, genera y ofrece tus bienes para la vida de otras personas.

Si quieres que la felicidad huésped entre en tu casa, ten viviendo en ella a tu felicidad anfitrión.

Porque los espíritus vivos que tú emanas y lanzas al mundo buscan, en su recorrido de boomerang, unirse a sus pares, y regresar, con ellos enlazados, a tu alma lanzadora.

AMA de boyfir3 Sólo si das de verdad, podrás recibir verdaderamente. ¿Cómo no va a ser así, si hasta saber recibir es una forma de dar?

Sólo si alguien busca a la persona del otro, podrá haber encuentro personal. ¿Y cómo se puede ser a fondo persona, si no es amando a otras personas?

Sólo si alguien toma sobre sí la iniciativa, se podrá llegar a un inteligente buen fin. ¿Y cómo mejorar la realidad si no es actuando sobre ella, y por qué no vas a hacer lo que tu mejor yo dice que te pertenece?

Probablemente no siempre recibiremos todas las respuestas mencionadas, sobre todo a corto plazo, porque en la vida del hombre influyen otras potencias, como el azar o los males naturales, como el error o la ignorancia, como la pereza o la irresponsabilidad, como el abuso o la maldad.

Pero si quieres lo mejor: lo que desees para ti, ponlo tú primero.

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[La fotografía que muestra el bello y dorado camino sobre las aguas es de Maria_MM, que la tituló “Desde los afectos”, y se puede encontrar en http://www.flickr.com/photos/7770202@N08/1860433118/ ]

[La composición del “cielo cordial” se titula “AMA” y es de boyfir3; si observáis, esa especie de avión que surca el claro del corazón, contiene las letras mayúsculas AMA, y ciertamente quien AMA de veras, está viajando con la compañía aérea que más alto puede volar; esta imagen puede encontrarse en http://www.flickr.com/photos/boyfir3/2264522765/ ]

¿Alguna vez habéis pronunciado, pensado o sentido las palabras “he fracasado”? ¿Las habéis escuchado de alguna  Triunfo y fracaso por World Cafe Europepersona apreciada por vosotros? Ocurre en ocasiones que la impresión subjetiva no se corresponde con una consideración suficientemente justa y humana de la persona y su actuación.

Fracasar es no luchar todo lo debido. Fracasar es rendirse, desistir de aquello a lo que estamos llamados, no hacer todo lo posible e incluso intentar “lo imposible” por realizar lo que en el fondo somos, necesitamos, queremos de verdad. No es principalmente una cuestión de resultados, de logros, de que las cosas salgan como deseamos. Fracasar no es no llegar a una meta, sino no haber seguido entregadamente nuestro camino. Fracasar no es quedar por debajo de otros, sino vivir por debajo de sí mismo.

Quien hace con toda su alma y todas sus fuerzas lo que de verdad cree que debe hacer para lograr que su vida sea auténticamente suya y en la medida posible feliz (o dicho de otra manera, para realizar sus mejores proyectos personales) ya está logrando el triunfo de sí mismo, está sacando y dando lo mejor de sí. No se puede pedir más. Sólo que además, al no ceder ante las adversidades, las frustraciones y los fracasos en la realización, y seguir haciendo con su mejor voluntad y ánimo lo que en el fondo siente que tiene que hacer, puede conseguir realizaciones inesperadas, logros que parecían increíbles o muy difíciles, y a los que nunca llegarán los que se dejan vencer.

En cualquier caso, observemos que ni todo lo que tiene éxito tiene valor, ni todo lo que tiene valor tiene éxito. Y si  hubiera que elegir lo uno o lo otro, me parece preferible la segunda opción. Entre otras razones, porque hay que tener Mariposa monarca por kulykaen cuenta que no pocas veces el tiempo actúa como buen juez que pone las obras y las personas en su justo sitio, haciendo con las valiosas como con la oruga que construyó pacientemente su capullo, a la que un buen día vemos emerger convertida en una bella mariposa que vuela alto. Pero hay algo que me importa más aún: pienso que más vale vivir y hacer lo que deseamos con autenticidad, aunque sea sin reconocimiento social, que lograr un éxito (generalmente superficial y pasajero) a costa de falsificarse.

[El dibujo “Triunfo y fracaso” es de World Café Europe y está en http://www.flickr.com/photos/8007839@N02/2723495312/ ]

[La foto de la mariposa monarca es de kulyka y está en http://www.flickr.com/photos/14113303@N07/3063556198/ ]

18 de diciembre de 2008

Del humor en el amor

El humor, sencillamente, puede marcar la diferencia en el devenir de una pareja, porque cuando es frecuentemente  bueno se convierte en uno de los principales ingredientes para que una relación fluya con vitalidad y continuo gozo de la compañía mutua, mientras que, por el contrario, el predominio del malhumor es causa de tropiezos y roces constantes, en ocasiones hasta llegar a la destrucción de la convivencia.Viva el amor libre

Robert K. Cooper, en su libro Aprenda a utilizar el otro 90%, cita un estudio de los psicólogos A. Ziv y O. Gadish, realizado sobre cincuenta parejas casadas. Llegaron a la conclusión de que “el humor era el responsable del 70% de la diferencia de felicidad entre las parejas que disfrutaban de la vida y las que no lo hacían.”

Pero más aclarador que recurrir a las estadísticas a que son tan aficionados muchos estudiosos, es atender a la evidencia personal: pensad en parejas que conozcáis. ¿Habéis visto cuánto puede llegar a corroer una relación el mal humor, y cuánto sin embargo puede llegar a cimentarla y fortalecerla el bueno? Si observáis con atención, veréis qué frustraciones, malestares y hasta rencores de peligrosa deriva puede provocar a diario la mala costumbre de tomar las cosas con mal humor; y podréis comprobar también cómo el inteligente hábito del buen humor lubrica la convivencia, hace llevadera la parte dura de la vida, nos pone por encima de los problemas, evita o sana confrontaciones, nos lleva a sentirnos mejor con nosotros mismos y con nuestro prójimo. ¿Y no son acaso deliciosos el entendimiento, la complicidad y la alegría en esas relaciones de amor trufadas con buen humor?

Como veis, tenemos aquí un estupendo motivo más para cultivar el buen humor en nuestras vidas. ¿Podemos pensar hoy algo sobre cómo hacerlo? Ahí va una idea: no os toméis tan a pecho y os metáis tan hasta el fondo de las cosas que hacéis, que las convirtáis en un sombrío pozo en el que no veis más que lo que tenéis justo delante de vuestros ojos o entre vuestras manos; no os centréis tanto en el logro de un resultado que os ceguéis para otras dimensiones de la realidad que personalmente importan -especialmente, la buena convivencia con quienes forman nuestro mundo personal.

En lugar de ello, podéis ejercitar la capacidad de mirar con perspectiva, sabiendo distanciar oportunamente vuestra mirada de aquello que tenéis entre manos, dándoos cuenta de lo que en el fondo más importa (por ejemplo, el trato personal y comprensivo con alguien) y siendo consecuentes con ello; y buscando además los aspectos graciosos, irónicos o simpáticos que una mirada alegre o divertida sabe encontrar. Así las circunstancias no os podrán superar, sino que seréis vosotros quienes sabréis estar “a la altura de las circunstancias”, justamente por saber mirar las circunstancias desde la conveniente altura, por encima de ellas, sin supeditarnos a las mismas.

¿No creéis que nada es tan importante para nuestra felicidad como nuestras relaciones amorosas? Si es así, sed consecuentes en la práctica diaria y no pongáis de hecho nada por encima de ellas; y menos, naderías o pequeñeces, que más merecen sonrisas y comprensión que enfados y reprimendas, y que al fin y al cabo reflejan nuestra humana condición. La cual me niego a utilizar, como tantas veces se hace, sólo para referirme a conductas oscuras o negativas; mucho más humanas, y también más inteligentes, son las conductas y actitudes luminosas y positivas. Que son, por cierto, las más íntimamente relacionadas con el buen amor y el buen humor.

Ya veis que puede estar mucho en juego, comenzando por el logro de una feliz y compenetrada relación o lo contrario, la frustración y el dolor de los amores fracasados, destruidos por falta del necesario cuidado. Siendo tanto lo que nos jugamos, cultivemos ese espíritu juguetón del buen humor, busquemos divertirnos y jugar un poco con las cosas que pasan, y especialmente con las que nos pasan. De ese modo nunca nos sobrepasan. Y recordemos que siempre hace especial el plato del amor, sazonarlo con la especia del buen humor.

[La divertida foto es de nRibas en http://www.flickr.com/photos/nribas/1388798690/ ]

7 de diciembre de 2008

Bienaventurados

El álbum de Joan Manuel Serrat Bienaventurados contiene un buen número de canciones que me hacen disfrutar; con una sonrisa por su sorna, la bien contada y cantada versión del cuento de La rana y el príncipe; con no menos diversión y gusto esa graciosa mezcla de fórmula mágica e irónicos consejos que contiene la risueña Receta para un filtro de amor infalible. Conmovedora y concienciadora es la bella canción llena de sencillos aciertos que se titula Quizá llegar a viejo –de la quiero decir otro día algo más. Los fantasmas del Roxy, poético y justiciero desquite que “venga” a un cine barcelonés que fue derribado para poner un banco, es una gozada de melodía y ritmo (un fox-trot que me hace imaginar un baile de dos de los protagonistas de este tema, Fred Astaire y Ginger Rogers); y es además una deliciosa narración, la cual escribió el cantante en colaboración con Juan Marsé, basándose en un relato de este. También nos canta (y nos encanta) Serrat Especialmente en abril, envolvente y lírica como un día de despertar de primavera, en cuyas delicias cordiales se recrea precisamente la canción. Igualmente digna de mención y aun de reflexión es Detrás está la gente, que se podría ver como una sencilla y sugestiva definición de la intrahistoria, esa historia en voz baja de los pueblos constituida por las pequeñas historias de las personas que somos todos, y que no aparece en la Historia de fechas y hechos decisivos que cuentan los libros de texto, ni tampoco normalmente en las noticias de los medios de comunicación.

Quería comentar un poco más la canción que da nombre al disco. Nuestro cantautor combina en ella, como hace frecuentemente, cierta sabiduría vital que no por sencilla y popular es menos sabia, junto con sus graciosas pizcas de ironía bienhumorada. En ella, como en otros temas de este álbum, Serrat nos divierte y enseña, como suele ocurrir con quien sabe divertirse a la par que aprende; a veces lo hace en el sentido literal de enseñar, mostrar, pues muestra la humana realidad de algo.

La canción a que me refiero, Bienaventurados, tiene una estructura que se puede dividir en dos partes similares, en cuyas introducciones se haya graciosamente expresada una “filosofía de vida”. Con el mismo gusto con que las escucho -¡y las canto!- os las dejo aquí escritas.Bienaventurados

La vida te la dan pero no te la regalan,

la vida se paga por más que te pene,

así ha sido desde que Dios echó al hombre del Edén

por confundir lo que está bien con lo que le conviene.

Si a plazos o al contado la vida pasa factura

rebaña y apura hasta las migajas,

que si en cada alegría hay una amargura,

todo infortunio esconde alguna ventaja.

(...)

En cualquier circunstancia, por lastimosa que sea,

busca la manera de comer perdices,

que a pesar de lo alto que nos coloquen el listón

hay que brincar con la intención de ser felices.

(...)

Sí que son planteamientos acertados... si queréis ser bienaventurados.

Y es que sólo puede ser bienaventurado quien aprovecha bien la aventura de la vida.

*****

[Os dejo enlaces a un par de vídeos de canciones citadas, para que puedan ser directamente disfrutadas.]

Los fantasmas del Roxy, en directo.

Receta para un filtro de amor infalible; contiene diapositivas de una población, Canet de Mar, pero es el único vídeo que he encontrado en que se escucha esta canción con buen sonido y, bueno, tampoco está mal ver los encantos de ese atractivo lugar.

[Carátula de Bienaventurados tomada de http://www.coveralia.com]

28 de noviembre de 2008

Lo que crees... efectivamente

“Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto.”

Henry Ford

Quien está plenamente convencido de que puede lograr algo, frecuentemente lo consigue; quien, por el contrario, se persuade de que no puede realizar su pretensión, se convierte generalmente en profeta y provocador de su propio fracaso. En ambos tipos de casos es, por lo menos, lo que en la gran mayoría de ocasiones suele ocurrir; quiero decir, solemos hacer que ocurra. Nada suele ser tan decisivo como la fuerza de la fe que seamos capaces de poner en nuestras posibilidades de hacer realidad algo, el grado de convicción acerca de la conquista de nuestras metas.

Entre una vida superior y llena de logros y otra muy inferior resignada a la mediocridad y la pobreza vital no suele haber más diferencia que la que hay entre el puedo y el no puedo. Y ese poder suele ser una cuestión de aprender a motivarse –nadie nace sabiendo hacerlo-, mientras el no poder suele ser una costumbre aprendida, potenciada por la inercia y por lo fácil que es entregarse a lo más cómodo.

Si en lugar de dejarnos llevar por esas cómodas posturas del no puedo, no sé, no es posible, es demasiado difícil, actuamos como si pudiésemos lograr lo que queremos y como si tuviéramos que hacerlo porque nos estuviésemos jugando algo importantísimo para nosotros, descubriremos generalmente que, en efecto, sí podemos, o por lo menos que somos capaces de llegar en el empeño bastante más lejos de lo que habíamos creído. Pienso que puede ser enorme esta “fuerza del como si” si la sabemos emplear.

El autor de la cita que encabeza este texto nos puede aportar también un ejemplo que la ilustra.Henry Ford

Henry Ford tuvo una idea que se propuso firmemente convertir en realidad: construir para sus automóviles un motor  de ocho cilindros fundidos en un solo bloque (el llamado motor V-8 por su forma de V) a bajo coste. En aquel entonces, a finales de los años veinte, aquello pareció imposible, al menos así se lo aseguraron, uno tras otro, todos los ingenieros de su empresa a los que se presentó el proyecto.

Ante el plan –y los planos- del nuevo motor los ingenieros se mostraban completamente escépticos. El fundador de la Ford Motor Company, que además era un buen inventor, no se echó para atrás ante esta supuesta certeza de todos los expertos en el asunto y les pidió que, de cualquier manera, lo hicieran. Para él, la palabra imposible sólo significaba que no se había encontrado todavía la solución. Pese a los aparentes obstáculos insuperables que le objetaron los ingenieros, Ford les instó a que se pusieran manos a la obra y se esforzaran en lograrlo empleando el tiempo que hiciese falta.

Pasaron bastantes meses y muchos frustrados intentos. Los ingenieros de la Ford hubieran querido rendirse, cada vez más convencidos de la imposibilidad en la cual, a pesar de todo y de todos, no creía el jefe de la empresa. En la reunión mantenida cuando ya había pasado un año, Ford les ordenó que siguieran intentándolo, pese a la falta de resultados: “lo quiero y lo tendré”. Pienso que es posible que si hubiese sido español, a los “no podemos” de los ingenieros acaso hubiese contestado “pues hagan un poder”. Y esto fue en cierto modo lo que les exigió, que actuasen como si pudiesen lograrlo, sin rendirse en ningún caso; el resultado fue que, no mucho más tarde, lo consiguieron.

Fue un gran avance en la historia del automóvil; y ciertamente también un caso ejemplar en la historia de la fe en los grandes logros. Podríamos decir que Ford tuvo el genio –en cuanto a carácter y en cuanto a visión- suficiente para sacar todo el ingenio de sus ingenieros hasta lograr la obra... genial.

Cuando sabemos apostar con convicción por nuestros deseos y proyectos, poniendo nuestro entusiasmo y nuestros mejores esfuerzos en ellos, como poco nos aseguramos aquello que nos podemos exigir, que no es un resultado, sino el dar lo mejor de nosotros mismos en nuestros proyectos vitales. Y eso, además, suele dar unos estupendos frutos, a veces increíbles.

Mi deseo es que si os preguntase individualmente: “¿crees que puedes convertir en realidad los deseos que en el fondo más te importan?”, me pudieseis contestar cada vez con más confianza, convicción y optimismo justificado por vuestras actitudes y actos.

[Fotografía de Henry Ford tomada de http://www.biografiasyvidas.com/ ]

18 de noviembre de 2008

Disfrute o preocupación

A Marieta, desde el deseo de disfrutar interminablemente de tan bella persona

Es de suma importancia elegir la opción vital de disfrutar cuanto podamos de las personas y de las situaciones, de imaginar cómo se las puede vivir mejor, de actuar con amor, de vivir las cosas de verdad, desde nosotros mismos, siendo quienes de veras somos, en lugar de optar por dejarnos poseer por las preocupaciones, agobios y miedos por lo negativo que pueda pasar o por un posible indeseado juicio que otras personas se puedan hacer de nosotros, estando así una y otra vez pendientes de nuestra imagen y con el ánimo dependiente de ella. En lugar de buscar esta “imagen conveniente” intentemos llenar y dar nuestra realidad, que tendrá por lo menos la frescura y el sabor de lo vivo y auténtico y la dignidad de lo verdadero.

Es biográficamente decisivo cómo tomamos las realidades con que convivimos, qué significan verdaderamente para nosotros; concretando más, a qué le damos importancia en nuestra relación con ellas –y muy especialmente con otras personas. Si nuestra predisposición es la de disfrutar, aprovechar y vivir de la mejor manera, con entusiasmo si es posible, las realidades y posibilidades de nuestra vida, tratando además de buscar y llevar a cabo las mejores; si igualmente nos disponemos a procurar sacar el mejor provecho personal a las que son obligadas o inevitables, entonces nuestras actitudes y actos e incluso el carácter que nos formamos a través de ambos tipos de elecciones personales, van a ser bastante superiores vital e intelectualmente a los resultantes de dejarse llevar por predisposiciones en que lo que cuenta son otras cosas.

Desde luego cosecha una vitalidad y autenticidad muy inferiores quien esclaviza sus pensamientos y sentimientos a una imagen que pretende dar, quien está más pendiente –y dependiente- de lo que van a pensar de él o ella otras personas que de ese saludable, curioso, entusiasta gozar y entregarse a la vida. Por cierto, esta última actitud da además una imagen de mayor y más atractiva personalidad, como pertenece a una realidad personal más auténtica y más intensa.

Es esclarecedor ver como donde unos sienten un peligro y un problema otros saben descubrir una oportunidad y una viva incitación. Si supiéramos tomar a fondo la actitud adecuada de disfrute y aprovechamiento de la realidad... cuántos aspectos del vivir y del convivir podrían ser sentidos como una fuente de gozo, de alegría, de diversión, de sano juego, de interesante saber, de ilusión y entusiasmo, en lugar de ser vividos como un problema, una amenaza, un peligro, una continua preocupación, un miedo a que las cosas no salgan como pretendemos, o bien un incordio o una pesadez. ¡Cuán más ligeramente y descargados de preocupaciones viviríamos, cuán más auténtica y personalmente, cuán más intensamente y más llenos de vitalidad!

Para ello, una de las actitudes convenientes es no poner el orgullo en los resultados, en los logros, en cómo salgan las cosas ni en la imagen que demos. Si queremos ponerlo en algo, que sea más bien en la capacidad de escoger las actitudes más inteligentes, sanas y felicitarias, y especialmente en nuestra autenticidad e intensidad en la entrega a aquello a cuya carta ponemos nuestra vida; en suma, orgullo en que somos de verdad y sabemos disfrutar de verdad, tomando la vida y sus contenidos de la manera más positiva.

Ciertamente hay otra opción distinta y también preferible a la de poner nuestro orgullo en resultados, imagen y otras exterioridades, y al hacerlo seguramente molestarnos y enfadarnos con nosotros mismos cuando esos objetivos no salen como pretendemos: sustituyamos este orgullo, que suele tener algo de vanidad, por una actitud más sabia y simpática de humildad y sepamos desde ella sonreírnos de nuestros errores no intencionados, de nuestras torpezas y defectos, de sucesos y reacciones contrarios a nuestras pretensiones, tomando todo esto con el mejor buen humor.

Lo cual no quita, dicho sea de paso, actuar con fuerte espíritu de superación y perfeccionamiento en aquello en que queramos ser muy buenos, ni está reñido con la exigencia de intentar hacer bien las actividades en que estamos moralmente obligados a tal proceder. Porque he de aclarar que hay ambiciones y logros que me parecen muy buenos y deseables, los referidos a aquellos quehaceres y proyectos que sentimos como propios, que queremos realizar porque los vivimos como parte de lo que somos, de nuestro proyecto vital auténtico, de nuestras aficiones o nuestra vocación, y por ello deseamos realizarlos, y hacerlos bien, de una manera que nos deje contentos personalmente; aquí sí importa el resultado, pero no de cara a los demás y sus opiniones sino a nosotros mismos: importa que nos satisfaga lo que hemos hecho, que esto sea lo que creemos que tenemos que hacer. En actividades creativas es decisivo que lo realizado sea auténtico, que refleje verdaderamente a su autor (aunque pueda no gustar a otras personas o tratarse de realizaciones que vayan contra la corriente social), en todo caso que el hacedor se pueda reconocer en lo que ha hecho. En suma, se trata de no dar importancia a exterioridades como el éxito social, la buena crítica ajena, los resultados sobrevenidos a lo que hacemos, dándosela en cambio a ser consecuentes con quienes de veras somos, a nuestra vocación, nuestros deseos personales y nuestros proyectos verdaderos, procurando convertir en realidad lograda estas interioridades.

No obstante, las actitudes positivas y “aprovechadoras” que voy sugiriendo podemos y debemos proponérnoslas teniendo en cuenta a los demás en cierta forma. En primer lugar, para respetarlos; de manera muy importante también, para que ese disfrutar que buscamos sea compartido, ante todo con las personas que elegimos para nuestro mundo personal. No propongo, de ningún modo, un disfrute egoísta ni abusivo ni manipulador, sino el que es posible y deseable éticamente. La fruición es mucho más valiosa –y generalmente también más gozosa- cuando se trata de un disfrutar con, mientras que pierde su valor y se convierte en negativa cuando es un disfrutar a costa de alguien.

Y no hay que olvidar que nos puede dar gran felicidad y alegría el proporcionar éstas a otras personas, ante todo a las amadas; la condición es que se haga de un modo sano, sin renunciar a ser quien se es, a la propia personalidad, no por debilidad o por motivos patológicos; podríamos decir: por amor fuerte y verdadero, no por una falsificación de éste o un mal sucedáneo como la entrega de los inconsistentes, la manipulación que ejercen ciertos débiles (incapaces de confiar en su verdadero ser) o la imposición de los en el fondo impotentes.

Para lograr las deseables actitudes que estoy proponiendo es básico buscar, fomentar, estimular nuestros deseos, el gran manantial de la vida. Cuántas veces deberíamos preguntarnos qué cosas deseables para nosotros podemos hacer en una determinada situación, de qué podemos disfrutar, qué podemos vivir que nos merezca la pena; y tomar desde luego la mejor actitud para que ello pueda ser posible: inyectarse ganas, apertura a la realidad, curiosidad, entusiasmo, ilusión. Puede pensarse que esto no es fácil; de lo que estoy seguro es que depende en gran medida de nosotros y está muy relacionado con nuestra voluntad, nuestra imaginación y nuestro amor –capacidades humanas que se pueden mejorar en su calidad, intensidad y frecuencia de ejercicio. En lugar de todo esto nos podemos dejar embargar por miedos y preocupaciones y poner el pensamiento en lo negativo que nos puede pasar o exclusivamente en los problemas con que tenemos que enfrentarnos. La elección es nuestra.

Desde luego, algo fundamental en la actitud que propongo (y cada día me propongo) es saber -o aprender a- ver lo positivo, lo personalmente aprovechable, lo que se puede disfrutar y estimar dentro de la circunstancia en que nos encontramos. Sin ese positivismo mental no es posible el positivismo vital de que tratamos.

A ese positivismo en la visión de la realidad hay que añadir el de nuestras reacciones con hechos. Una buena costumbre para alcanzar esta forma de vivir y sentir podría enunciarse así: cambiar cuanto antes cada negativa preocupación por una positiva ocupación; ya sea hacer algo positivo con efectos directos sobre aquello que nos preocupa, ya sea ponernos en alguna experiencia deseable que nos pueda complacer, o al menos que nos pueda aliviar. Hacerlo tan inmediatamente como uno pueda, si es posible en cuanto nos demos cuenta. Esto siempre es aplicable a las preocupaciones y sufrimientos evitables y erróneos –la mayoría-, y no olvido que hay algunos padecimientos que son tan dolorosos como inexorables; pero también ante estos últimos son más acertadas unas respuestas que otras y las que he mencionado no suelen venir mal. En cualquier caso, ¡cuántas cosas positivas y prácticas que nos ayudarían a sentirnos bastante mejor solemos postergar o dejar de hacer!

Algo que está también en nuestras manos es acostumbrarnos a buscar la forma divertida, simpática, gozosa, de mirar las situaciones; preguntémonos en qué podría consistir en cada caso concreto. Como ya he indicado, especialmente valiosa sería la actitud de tomar con buen humor los errores que se puedan cometer, las propias imperfecciones, las meteduras de pata en que se caiga, en lugar de enfadarse por no lograr los objetivos pretendidos o “no dar la imagen buscada”.

Otra idea que nos puede ayudar en nuestra lucha contra las preocupaciones perjudiciales es la de darnos cuenta del poder liberador de saber decirse “¿y qué?” frente a todos nuestros “¿y si…?”: ¿y si no le gusto a esa persona que me importa?, ¿y si tengo una intervención ridícula o torpe al hablar ante tal público?, ¿y si no logro el resultado que pretendo en un examen o prueba?, ¿y si algo sale mal?... Sepamos respondernos: ¡¿y qué?! Dejemos de dar tanta importancia a las exterioridades, a tantas cosas que nos vienen de fuera, como los juicios y opiniones ajenas, los resultados, las valoraciones externas; démosla mucho mayor a ser quienes somos, a gozar de lo que –y los que- verdaderamente queremos, a tratar de hacer bien y serenamente aquello que creemos que tenemos que hacer. Distinguiendo, por cierto, lo que está en nuestras manos y aquello que no depende de nosotros, porque es a lo primero a lo que merece la pena dedicar nuestro tiempo, esfuerzos y ánimo.

Muchas veces, si pensamos con inteligencia la respuesta a ese ¿y qué?, veremos que las que parecían acaso terribles consecuencias tienen bastante menor importancia que la que aparentaban en un primer momento, de lo cual generalmente nos podemos dar cuenta si miramos las cosas con suficiente perspectiva y con valores personales acertados. Ayuda también al buen afrontamiento de nuestros retos y experiencias el imaginar alternativas si las cosas no salen de la manera que más nos gustaría: lo que podríamos hacer, otros caminos que podríamos seguir, qué podríamos intentar para mejorar aquellas facetas de nuestra vida a las que no queremos renunciar. Con demasiada frecuencia tienden las personas a olvidarse, faltas de imaginación, de las múltiples posibilidades que están en su horizonte, que pueden explorar, imaginar, crear, realizar; sin olvidar las que pueden aparecer inesperadamente.

*****

Tengamos, en definitiva, el valor de rebelarnos contra la tiranía de las preocupaciones que hemos convertido en hábito pero son erróneas y evitables, enfrentémonos duramente, valientemente, a esas opresiones emocionales que, generalmente sin darnos cuenta, ejercemos contra nosotros mismos, impidiéndonos o menoscabándonos muchos buenos momentos que podríamos vivir plenamente, y obstaculizando una relación más verdadera y gozadora con la realidad que nos rodea. Decidámonos a disfrutar cada vez más y mejor.

Si lográsemos ser capaces de vivir con parecidas ganas de disfrutar, amar y aprovechar vivamente, a las que podríamos sentir si estuviésemos en los últimos días de nuestra vida, con un consecuente dar de lado a tantos temores, descargándonos de preocupaciones, enfados y pesadumbres evitables, ¡cuánto ganaría nuestra vida! ¿Por qué no imaginar cómo actuaríamos en tal situación y motivarnos para hacer algo razonablemente parecido?

Hay quienes desde su infancia sienten y viven el mundo como un lugar plagado de amenazas, mientras otros gozan de poder verlo y sentirlo como un lugar lleno de incitaciones, realidades interesantes e ilusionantes y oportunidades para disfrutar, jugar y divertirse. A los que han caído en el apocamiento o en un estresante o incluso deprimente vivir por la tendencia a tomar las cosas de forma negativa y frustrante, hay que decirles que el niño –y el joven, y hasta el adulto- que se ha sido no tiene por qué perpetuarse el resto de la vida condicionándola, y mucho menos determinándola, para mal. Para las personas que han vivido el mundo como amenaza, el cambio de que aquí hablo es tan radical como necesario y posible. De creer esta verdad depende que su vida pueda ser mucho mejor de lo que ha sido, y de lo que promete ser si no despliegan bien sus velas del disfrute, gobiernan su timón desde un positivo mirar, se preparan para invocar y aprovechar a tope los divinos vientos del entusiasmo y ponen proa hacia su más valioso destino.

Ninguno de nosotros puede renunciar a intentar esto a fondo, a lograr disfrutar de las personas y situaciones que la vida nos ofrece y nosotros nos buscamos, en lugar de dejarnos dominar por la preocupación, el miedo o por otras emociones, pensamientos y sentimientos negativos. La razón de ello no puede ser más fuerte ni más clara: en que lo consigamos nos va en gran medida la felicidad que vamos a lograr en nuestros días.

Os pido que imaginéis la siguiente situación. No importa cuál sea su verosimilitud, la posibilidad de que se dé realmente. Sencillamente se trata de una experiencia que, bien hecha, podría ser fecunda, tener positivo valor vital. Especialmente para quienes sean escépticos ante la posibilidad de convertir el entusiasmo en una actitud permanente, con la cual llenar de vida la vida, que comenté en mi artículo anterior. Podríamos decir que a los que crean que no se puede hacer esto, les propongo una manera concreta de que hagan un poder, por usar una estimulante expresión española.

Pues bien, imaginad que vuestra vida está amenazada, de tal forma que si no cumplís cierta condición que os han puesto para que realicéis en todas las horas de ella –se entiende, mientras estáis despiertos- la perderéis, no podréis seguir viviendo; vuestra vida depende, pues, de que logréis cumplir suficientemente una condición.

¿Cuál es esa condición? Que viváis cada una de vuestras horas con entusiasmo, que lo inyectéis una y otra vez en vuestras venas vitales; tendríais, pues, que intentar afrontar con esa actitud todo lo que hacéis y os afecte como personas, y ello incluiría, consecuentemente, seleccionar las actividades y estar en las circunstancias y con las personas más susceptibles de posibilitar ese vuestro entusiasmo personal; no os permitiríais descanso en la faena, pues os iría la vida en ello. Imaginad que de verdad no cupiera escape, que vuestras acciones y actitudes estuvieran permanentemente controladas, por ejemplo por cámaras omnipresentes, que también vuestro interior fuera conocido, como si pudiera haber máquinas que hicieran saber, a quien va a decidir en cada hora si habéis superado cada prueba de entusiasmo, qué habéis pensado y sentido realmente; en suma, que sois vistos como teóricamente debe sentir que es visto un cristiano por el Dios en el que cree, sabiéndose en todo momento mirado por dentro y por fuera.

¿Os podéis imaginar de veras hasta qué extremos se podría vigorizar nuestra vida, de qué seríamos capaces,Aitana de victor_nuno qué logros que podrían haber parecido increíbles obtendríamos con esa actitud de máxima entrega y vitalidad? En una situación así, no nos dejaríamos llevar por la pereza o la comodidad, ya que no estaríamos dispuestos a ceder ante nada si en verdad nos fuera la vida en ello. En cada situación, para cada tarea, en cada momento, seríamos afanosos buscadores de lo entusiasmante, de lo valioso, y, sobre todo, lograríamos el gran poder de infundirnos a nosotros mismos pensamientos y sentimientos de entusiasmo, aprenderíamos la capacidad de obtener de nuestra realidad ese viento poderoso, capaz de dar intenso empuje a cuanto toca.

Una alternativa dentro de esta propuesta sería escoger una motivación que fuese, en lugar del peor de los castigos (perder la vida), el mejor de los premios. Piense cada cual en algo que pueda desear fuertemente, que le pueda dar una gran felicidad. Y ejérzase esta forma que sugiero de tomar cada paso de la vida, como si el premio de actuar así fuese lograr esa fuente de felicidad, ese gran deseo personal. Puede incluso ocurrir que esto no tenga nada de imaginario, que lo que nos encontremos practicando sea principalmente la entrega entusiasta a un proyecto vital para nosotros, y que precisamente al actuar del modo que indico, estemos afrontándolo dando lo mejor de nosotros mismos y, por tanto, jugando nuestras mejores cartas para conseguirlo. El premio puede ser, de este modo, palpablemente real.

Sin duda, se pueden hacer muchas cosas para mejorar la propia vida, y en estas páginas podréis ver sugeridas y comentadas algunas de ellas. Pero si tuvierais que hacer tan solo una, si solamente os pudierais quedar con una única inspiración, con una sola guía, si vuestra vida hubiera de consistir en cumplir un solo mandamiento, creo que uno de los mejores aconsejables sería éste: hacer cuanto esté en vuestras fuerzas y en vuestra alma para insuflar entusiasmo a cada hora de vuestros días. Me atrevería a decir que una gran parte de todo lo demás que podéis mejorar y desear se os daría “por añadidura”. Ciertamente, esta inspiración estaría basada en que el entusiasmo, sobre todo cuando no es superficial, suele derivar de alguna forma de amor.

Os invito a intentarlo. Tal vez descubráis que no hay manera más grande de vivir que... desvivirse; ponerse en cuerpo y alma, con todas nuestras ganas, en todo aquello a que nos dedicamos personalmente, luchando, sin desfallecer, por las realizaciones que pueden hacer que nuestra vida valga; y, sobre todo, nos valga la pena.

[Fotografía: Aitana. De victor_nuno, en Flickr]