29 de octubre de 2008

Vivir con entusiasmo

He aquí un programa sencillo –que no fácil de cumplir- para un cambio radical de vida que sentaría maravillosamente a no pocas personas: aprender a vivir con tanto entusiasmo como sea posible cada hora de nuestros días. Y creo que tal actitud suele ser tan posible como deseable; si bien habría que analizar qué modo de entusiasmo se puede aplicar a cada situación.

¿Cuáles son los requisitos para lograrlo?, ¿qué se tendría que poseer o generar? Para empezar, una gran capacidad de motivarse, para lo cual es bueno contar con aquello de lo que tendemos a disfrutar espontáneamente y, no menos, tratar de buscar y tener en cuenta todo aquello que nos puede merecer la pena vivir, lo que nos gusta observar y absorber por los sentidos, lo que nos place hacer y sentir. No hay que olvidar que la diferencia entre lo que de hecho gozamos con pasión y lo que podríamos tomar así pero no lo aprovechamos, es vitalmente enorme.

Es trascendental crearnos o mantener un alma porosa, deseosa de encontrar y absorber multitud de realidades valiosas, de ampliar el propio mundo, enriquecer la experiencia personal, agrandar y profundizar el conocimiento de la realidad, mejorar la parte de ella que nos importa y esté en nuestras manos. Esa avidez de realidades que nos puedan dar satisfacción, a cuya búsqueda nos entregamos con espíritu generoso, positivo y abierto, es ya una fórmula del entusiasmo.

Se me ocurre otra parecida definición, otra aproximación a ese magnífico y magnánimo espíritu que caracteriza al entusiasta. Se trataría de ir en búsqueda de la realidad con amor, procurando por tanto sacar lo mejor de ella –comenzando por sacar lo mejor de uno mismo. El entusiasmo sería así la actitud que hace que nuestra persona y nuestra vida den más de sí. No es mal aval para darle un puesto de “director vital”.

En las situaciones poco agradables o decididamente adversas, se puede lograr entusiasmo con un fuerte e inteligente espíritu positivo (que es cultivable y mejorable), con buena capacidad de ver y valorar las partes de la realidad que nos pueden hacer sentir alguna estima, esperanza u optimismo. Se puede lograr una gran aptitud para encontrar nuestros “puntos de aplicación” del entusiasmo, uno de los cuales podría ser incluso nuestra propia persona, por ejemplo por un valeroso actuar en circunstancias difíciles.

El entusiasmo como eje de la vida requiere una actitud de entrega a todo lo valioso que podemos encontrar en nuestra circunstancia, de búsqueda de aquello que puede satisfacer una vida personal llena de interés –porque se interesa por la vida y con ella se llena; y el intento de estimularlo y fomentarlo con generosidad. Quien logra un alto nivel de interés por muy diversas realidades que están a su alcance, y quien logra ampliar su visión, especialmente aumentando su creatividad e imaginación, tendrá mucho ganado en este empeño. El cual, efectivamente, ha de ser un empeño, pues requiere nuestra actividad, nuestros esfuerzos, nuestra potenciación, nuestra constancia en encontrar y practicar ese modo de vivir.

Un modo de vivir que, si no divino, es el que más puede parecer tal, pues es un modo propio de las mayores alturas humanas. Al cabo, la palabra entusiasta procede del griego enthusiastés, que significa “inspirado por los dioses”. Y el entusiasta, casi como un dios, si no crea, recrea el mundo mediante su amor efusivo.

Si miramos a un nivel más hondo, el que podríamos llamar biográfico, encontramos que el entusiasmo profundo no radica solamente en la actitud ante las diversas realidades que nos vamos encontrando, sino que consiste principalmente en poner en juego aquello que da su más personal sentido a nuestra vida: las mayores fuentes de entusiasmo son las que emanan de los proyectos que sentimos como más irrenunciables, especialmente aquellos dignos de llamarse vocaciones, caracterizados por el amor; sea éste a una persona, a un arte, a una forma de vida, etc.

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No se puede vivir con entusiasmo si no se posee o se cultiva el sentido del asombro, si no nos damos cuenta de las realidades y acaeceres que tienen belleza, interés, valor, grandeza, capacidad de conmovernos. Lo contrario es dar por conocido o por fútil lo que nos rodea, actitud ignorante y esterilizadora; a veces es peor aún, se busca lo sucio y lo turbio, y echar basura sobre la realidad, actitud mezquina o vil –según el grado- que empeora la realidad, muy especialmente la del que la adopta. En la actitud opuesta, nos podremos asombrar de todo lo bello, bueno y grande que podemos encontrar si nos hacemos buenos capturadores de lo valioso. Percatémonos de cuánto de lo que existe y aporta un enriquecimiento (pasado, presente o posible) a nuestra vida podría no existir y, en lugar de darlo por supuesto, sepamos mirarlo y aun admirarlo, y valorar, en su caso, que haya sido hecho.

Tampoco es posible vivir con entusiasmo sin estas dos nobles e inteligentes actitudes íntimamente ligadas: generosidad y gratitud. Y, por cierto, creo que el que en el fondo no sabe dar, nada hondo puede recibir.

Démonos cuenta de que estamos en un mundo lleno de impresionantes posibilidades humanas, de maravillas ni siquiera soñadas en el resto de la historia, con unas posibilidades vitales para el hombre común de muchos países, que no han tenido ni los más ricos de otras épocas, verdaderos milagros cotidianos que nos permiten conocer y aprovechar el mundo y buena parte de lo que ofrece. Si sabemos ver esas realidades y posibilidades valiosas existentes, es difícil que tengamos una actitud gruñona y quejumbrosa más propia de quien viviera en uno de los peores mundos posibles. Démonos cuenta de tanta realidad positiva que hay en nuestro mundo, el cual, para empezar, hace posible que vivan en él un considerable número de miles de millones de personas.

Una forma de generosidad muy importante para el entusiasmo es el generoso esperar. Es raro que una realidad ofrezca algo grande a quien no cree previamente que ella puede ser grande. Es menester creer que alguien o algo puede ser valioso para descubrir su real valor. A esto llamaba Julián Marías “dar crédito” a una realidad. Quien está convencido de que nadie de su país, o de su época, puede ser valioso, muy probablemente nunca encontrará a nadie que le desmienta su prejuicio –menos aún si éste es mezquinamente interesado. El que no está dispuesto a admirar nada, difícilmente encontrará algo digno de admiración. Por eso hay quienes no han reconocido y aprovechado a grandes personas contemporáneas de ellos, con las que incluso han convivido. Padecen esto especialmente esos espíritus mezquinos que buscan con malévola intención cualquier mínima falla, con afán de descalificar, especialmente lo que es excelente en su género. Hay quienes necesitan que la realidad de otras personas sea poco valiosa para tratar de consolarse de su propio escaso valor. Los ególatras son incapaces de sano entusiasmo -ni siquiera por sí mismos-, el cual no hay que confundir con la vanidad o el narcisismo. Procuremos nosotros dar generosas oportunidades a las realidades que las puedan merecer.

22 de octubre de 2008

¡Y pasión para la vida!

Con el título de este blog pretendía sugerir varias ideas, algunas de las cuales fueron comentadas en la primera entrada del mismo. Quiero recordar ahora que hay un sentido de la expresión “tener una razón para la vida” –o varias razones- que es el de poseer algún fuerte motivo por el que vivir, una profunda ilusión que vivifique nuestros días, una gran pasión que nos impulse en el diario navegar; los latinos llamaban a estas radicales motivaciones “las causas de vivir”. Por eso se pueden decir, con sentido, frases como “ella era la razón de mi vida”. Por cierto, tales expresiones se suelen decir más en pretérito, ante la pérdida de la persona amada, porque es cuando falta ese gran motivo para vivir cuando se suele sentir más agudamente que “ella” estaba detrás de todo, como una gran raíz proveedora de los nutrientes necesarios para la savia de nuestro árbol de la vida, un elemento vital para sus frutos y sus flores.

Por otro lado, una razón sana y enérgica posee una raíz biográfica que es el afán de realidad, es decir, el deseo y el gusto por gozar, vivir, experimentar, absorber muchas realidades y posibilidades que podemos encontrar en nuestra circunstancia. Y diría más aún: la razón más profunda, con más capacidad de ver, es la que mira desde el amor a la realidad.

Pues bien, ese afán de realidad caracteriza a las pasiones positivas, las que nacen de alguna forma de buen amor. (¿No tienen también cierto afán de realidad los apasionamientos patológicos, como fuertes atracciones por algo concreto que son? Yo respondería que sí, pero un afán enfermizo, excesivo o maniático, pasando la pasión a convertirse en adicción por algo o por alguien).

Precisamente la pasión por algunas realidades valiosas es muchas veces la impulsora del ejercicio de la razón para entenderlas. Nutre así la pasión a la razón, pero a la vez ésta sirve al amor, porque al avanzar en la comprensión de algo lo podemos amar más profunda e intensamente, más de verdad al hacerlo desde más verdad.

En el reverso del amor que busca la clarividencia, está la actitud de quien ama temiendo que la verdad de lo amado le desilusione y le lleve al desengaño en cualquier momento, y así padece tratando de sostener un amor débil y frágil.

Personalmente, me importa tanto la dimensión de profundidad como la de intensidad de la vida y, por consiguiente, me interesan, tanto como la razón, la vitalidad, los sentimientos, la pasión. Para mí, una vida que merece la pena es una vida llena de entusiasmo inteligente o, visto a la inversa, vivida desde una entusiasta y amorosa razón.

Estas valoraciones se habrán de notar en aquellas realidades y cualidades que se tratarán de atender y entender, así como de favorecer y fomentar, desde esta bitácora.

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Nota risueña: ¿Se os ocurre dónde he escrito estas ideas? ¡En la sala de espera del dentista! Podríais imaginar que es un lugar muy propenso para pensar en la pasión, pero en su sentido de sufrimiento o padecimiento, como cuando se habla de la pasión de Cristo. Mas no hubo tal “inspiración”. Se trata, en cambio, de una muestra de cómo me gusta aprovechar fecundamente mi tiempo: por quererlo lleno de vida (incluyendo vida intelectual) intento evitar todo “tiempo muerto”.

13 de octubre de 2008

Razón para la vida

El sentido originario en que algo es problema para el hombre, no posee carácter intelectual ni mucho menos científico. Sino al revés: porque el hombre se encuentra vitalmente, esto es, realmente perdido entre las cosas y ante las cosas no tiene más remedio que formarse un repertorio de opiniones, creencias o actitudes íntimas respecto a ellas. Con este fin moviliza sus facultades mentales, construyendo un plan de atenimiento frente a cada una y a su conjunto o universo. Este plan de atenimiento es lo que llamamos el ser de las cosas.

Por consiguiente, no hemos venido a la vida para dedicarla al ejercicio intelectual, sino viceversa; porque estamos, queriéndolo o no, metidos en la faena de vivir, tenemos que ejercitar nuestro intelecto, pensar, tener ideas sobre lo que nos rodea, pero tenerlas de verdad, es decir, tener las nuestras. No es, pues, la vida para la inteligencia, ciencia, cultura, sino al revés, la inteligencia, la ciencia, la cultura no tienen más realidad que la que les corresponda como utensilios para la vida. (Ortega y Gasset: Esquema de las crisis, cap. IV).

Luz sobre el horizonte. De Lourdes Sierra Tejada

Desde mi juventud he dicho que, si tuviese un escudo y en él una divisa, sería, con letra pequeña, esta: “Por mí que no quede”. (Julián Marías)

¿Qué sentido tienen estas consideraciones internáuticas e interpersonales que me dispongo a hacer? Es para mí una intención principal al escribir que mi ejercicio de la razón pueda servir para una vida mejor, más honda y verdadera, más intensa y vital, para mí mismo y acaso para otras personas si acompañan el acierto propio y la generosidad ajena. La razón es propia del hombre, mas no hay que olvidar que también es para el hombre, so pena de convertir en poco humana esta gran potencia que realmente es humanizadora.

Aclaro que he preferido hablar en el título de razón más que de pensamiento porque ese concepto expresa más exactamente lo que pretendo. La razón, es decir, el pensamiento racional, es sólo uno de los tipos de pensamiento posible. Y es el que pretendo usar a fondo con su finalidad propia, es decir, para tratar de captar y capturar la realidad, de una forma plenamente humana: atrapándola con las telarañas que teje la razón con sus consistentes hilos que todo lo conectan.

Razón para la vida es, para empezar, una razón para mi vida, la actual concreción de uno de los proyectos personales que le dan su sentido. Porque un quehacer importante para que me valga la pena mi vida es el afán de encontrar y expresar mi personal interpretación de la realidad que me afecta y me interesa, la respuesta fundamentada y fundamentadora a mi circunstancia; y entiendo esta última en el más amplio sentido –el que le daba Ortega-, el cual alcanza a todas las realidades que, a diversas distancias, rodean al propio yo, desde este mi cuerpo que ahora uso para escribir hasta lo que llamamos el Universo.

He de añadir que siempre me ha importado personalmente que en el enfrentamiento dramático y teórico con la realidad, cuyo paso primero es su interpretación, se va forjando una personalidad más auténtica y de mayor hondura. Creo, efectivamente, que el uso frecuente y a fondo de la razón es decisivo en el logro de un alto grado de autenticidad personal, y ello en todas las dimensiones biográficas en las que nos ponemos, tanto en la vida privada como en la pública. Permite ver la realidad más profunda y personalmente y por tanto vivir de igual modo, pues de nuestras visiones y maneras de entender la realidad partimos para vivir.

Ciertamente, el requisito es que se use real y rectamente la razón, mirar con ojos abiertos y veraces la realidad, intentando entenderla, no sustituyéndola por prejuicios o ideologías, ni por conveniencias autocegadoras o por inercias mentales. Cuántas veces usa mejor la razón en su ámbito una madre respecto a sus hijos o un humilde maestro en relación con sus pequeños aprendices que un intelectual o un político en sus tareas propias; tal vez porque los primeros realicen sus humanos quehaceres con amor comprensivo y porque, por ejemplo, los últimos estén atrapados en tendencias dogmáticas o en un utilitarismo desdeñador de la realidad.

Desde mi adolescencia he tenido cierta tendencia a pensar y escribir, con mis no pocas limitaciones, variables con la edad. Pero mis motivaciones primeras siguen actuando vigorosamente en mi actual pensamiento y escritura, lo cual no es de extrañar porque ellas constituyen una función eminente del pensamiento: impulsar y mejorar la vida de quien lo ejerce, comprender y responder sus problemas y posibilidades, imaginar y crear sus trayectorias y sus reformas. “Cuanto más lo pienso –meditaba Goethe-, más evidente me parece que la vida existe simplemente para ser vivida”; yo entiendo que para ser vivida no de cualquier manera sino lo mejor que podamos, pues al inmenso valor que tiene la vida hay que corresponderlo aprovechándola y entregándonos a ella a fondo. Y ello exige pensar lo necesario para orientarnos y ejercer nuestra libertad en tal sentido.

Este afán de mejora de la vida para hacerla más intensa, auténtica y justa se ha de notar en estos escritos. Y no penséis sólo en la vida más estrictamente personal o privada sino que espero escribir también de asuntos de vida pública, ya que una de las dimensiones vitales de la persona es la que da a la sociedad, al mundo en que vive, en definitiva el ciudadano que es.

Otro motivo que también justifica el título de esta bitácora es algo que no se debe olvidar: que la teoría es para la práctica; lo cual es tan cierto como que no hay una práctica suficientemente buena que no esté fundamentada en una buena teoría, en el saber ver e interpretar acertadamente las cosas. Un “acierto práctico” sin este fundamento en una buena visión tiene los pies de barro y puede fácilmente quedar inservible ante cualquier variación de la situación, de ahí su insuficiencia. Pero apenas serviría de nada quedarse solamente en esa fundamental respuesta teórica: al ser la razón para la vida y estar por tanto en ésta la justificación y la función de aquella, lo decisivo para cada cual es ir acertando con lo que hace en –y con- su vida. Esta es, pues, una decisiva finalidad de mis escritos, me sirven para vivir como mejor creo y puedo, para hacer lo que tengo que hacer. Y, al servirme a mí, tal vez mis pensamientos y visiones puedan ser útiles también para hacer reflexionar a alguien más.

Pretendo, por tanto, que mi pensamiento pueda servir para entender mejor y, no menos, para ser mejor y para vivir mejor. Por eso, a la par que intento comprender, capturar con la razón parcelas de realidad viva, no es para mí menos importante llevar a la realidad mi pensamiento, vivirlo, ser consecuente con él, no conformándome con dejarlo escrito. Insisto, lo que más importa es la vida, saber vivir acertadamente, y ello es lo que justifica el pensar. Tanto es así para mí que se me pasó por la cabeza llamar a estas páginas Para una vida óptima.

No podían faltar en el comienzo de esta aventura intelectual y vital aquellos a quienes considero mis grandes maestros en el uso de la razón e inspiradores de una parte importante de mi visión de la vida. Por eso me ha complacido convocar, a través de sus palabras, a los filósofos Ortega y Marías, quienes significan para mí una perenne llamada al valor, la autenticidad y la responsabilidad.

Estos dos geniales hacedores de la penetrante visión de la filosofía de la razón vital, son los autores del descubrimiento y profundización de la verdadera realidad de la razón y de su inseparable conexión con la vida, de la que íntimamente deriva.

Desde mi modestísima persona, pese a mis grandes limitaciones pero por mis necesidades e ilusiones, me propongo ir avanzando en la comprensión de la realidad que me importa y en la intensificación y hondura de la vida, así cada vez mejor entendida y vivida; como el pensamiento auténtico está íntimamente ligado a la vida, ejercerlo a fondo lleva, a la par, a un incremento de la comprensión y al crecimiento personal. Así sea.

[Imagen: Luz sobre el horizonte. De Lourdes Sierra Tejada]