He aquí un programa sencillo –que no fácil de cumplir- para un cambio radical de vida que sentaría maravillosamente a no pocas personas: aprender a vivir con tanto entusiasmo como sea posible cada hora de nuestros días. Y creo que tal actitud suele ser tan posible como deseable; si bien habría que analizar qué modo de entusiasmo se puede aplicar a cada situación.
¿Cuáles son los requisitos para lograrlo?, ¿qué se tendría que poseer o generar? Para empezar, una gran capacidad de motivarse, para lo cual es bueno contar con aquello de lo que tendemos a disfrutar espontáneamente y, no menos, tratar de buscar y tener en cuenta todo aquello que nos puede merecer la pena vivir, lo que nos gusta observar y absorber por los sentidos, lo que nos place hacer y sentir. No hay que olvidar que la diferencia entre lo que de hecho gozamos con pasión y lo que podríamos tomar así pero no lo aprovechamos, es vitalmente enorme.
Es trascendental crearnos o mantener un alma porosa, deseosa de encontrar y absorber multitud de realidades valiosas, de ampliar el propio mundo, enriquecer la experiencia personal, agrandar y profundizar el conocimiento de la realidad, mejorar la parte de ella que nos importa y esté en nuestras manos. Esa avidez de realidades que nos puedan dar satisfacción, a cuya búsqueda nos entregamos con espíritu generoso, positivo y abierto, es ya una fórmula del entusiasmo.
Se me ocurre otra parecida definición, otra aproximación a ese magnífico y magnánimo espíritu que caracteriza al entusiasta. Se trataría de ir en búsqueda de la realidad con amor, procurando por tanto sacar lo mejor de ella –comenzando por sacar lo mejor de uno mismo. El entusiasmo sería así la actitud que hace que nuestra persona y nuestra vida den más de sí. No es mal aval para darle un puesto de “director vital”.
En las situaciones poco agradables o decididamente adversas, se puede lograr entusiasmo con un fuerte e inteligente espíritu positivo (que es cultivable y mejorable), con buena capacidad de ver y valorar las partes de la realidad que nos pueden hacer sentir alguna estima, esperanza u optimismo. Se puede lograr una gran aptitud para encontrar nuestros “puntos de aplicación” del entusiasmo, uno de los cuales podría ser incluso nuestra propia persona, por ejemplo por un valeroso actuar en circunstancias difíciles.
El entusiasmo como eje de la vida requiere una actitud de entrega a todo lo valioso que podemos encontrar en nuestra circunstancia, de búsqueda de aquello que puede satisfacer una vida personal llena de interés –porque se interesa por la vida y con ella se llena; y el intento de estimularlo y fomentarlo con generosidad. Quien logra un alto nivel de interés por muy diversas realidades que están a su alcance, y quien logra ampliar su visión, especialmente aumentando su creatividad e imaginación, tendrá mucho ganado en este empeño. El cual, efectivamente, ha de ser un empeño, pues requiere nuestra actividad, nuestros esfuerzos, nuestra potenciación, nuestra constancia en encontrar y practicar ese modo de vivir.
Un modo de vivir que, si no divino, es el que más puede parecer tal, pues es un modo propio de las mayores alturas humanas. Al cabo, la palabra entusiasta procede del griego enthusiastés, que significa “inspirado por los dioses”. Y el entusiasta, casi como un dios, si no crea, recrea el mundo mediante su amor efusivo.
Si miramos a un nivel más hondo, el que podríamos llamar biográfico, encontramos que el entusiasmo profundo no radica solamente en la actitud ante las diversas realidades que nos vamos encontrando, sino que consiste principalmente en poner en juego aquello que da su más personal sentido a nuestra vida: las mayores fuentes de entusiasmo son las que emanan de los proyectos que sentimos como más irrenunciables, especialmente aquellos dignos de llamarse vocaciones, caracterizados por el amor; sea éste a una persona, a un arte, a una forma de vida, etc.
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No se puede vivir con entusiasmo si no se posee o se cultiva el sentido del asombro, si no nos damos cuenta de las realidades y acaeceres que tienen belleza, interés, valor, grandeza, capacidad de conmovernos. Lo contrario es dar por conocido o por fútil lo que nos rodea, actitud ignorante y esterilizadora; a veces es peor aún, se busca lo sucio y lo turbio, y echar basura sobre la realidad, actitud mezquina o vil –según el grado- que empeora la realidad, muy especialmente la del que la adopta. En la actitud opuesta, nos podremos asombrar de todo lo bello, bueno y grande que podemos encontrar si nos hacemos buenos capturadores de lo valioso. Percatémonos de cuánto de lo que existe y aporta un enriquecimiento (pasado, presente o posible) a nuestra vida podría no existir y, en lugar de darlo por supuesto, sepamos mirarlo y aun admirarlo, y valorar, en su caso, que haya sido hecho.
Tampoco es posible vivir con entusiasmo sin estas dos nobles e inteligentes actitudes íntimamente ligadas: generosidad y gratitud. Y, por cierto, creo que el que en el fondo no sabe dar, nada hondo puede recibir.
Démonos cuenta de que estamos en un mundo lleno de impresionantes posibilidades humanas, de maravillas ni siquiera soñadas en el resto de la historia, con unas posibilidades vitales para el hombre común de muchos países, que no han tenido ni los más ricos de otras épocas, verdaderos milagros cotidianos que nos permiten conocer y aprovechar el mundo y buena parte de lo que ofrece. Si sabemos ver esas realidades y posibilidades valiosas existentes, es difícil que tengamos una actitud gruñona y quejumbrosa más propia de quien viviera en uno de los peores mundos posibles. Démonos cuenta de tanta realidad positiva que hay en nuestro mundo, el cual, para empezar, hace posible que vivan en él un considerable número de miles de millones de personas.
Una forma de generosidad muy importante para el entusiasmo es el generoso esperar. Es raro que una realidad ofrezca algo grande a quien no cree previamente que ella puede ser grande. Es menester creer que alguien o algo puede ser valioso para descubrir su real valor. A esto llamaba Julián Marías “dar crédito” a una realidad. Quien está convencido de que nadie de su país, o de su época, puede ser valioso, muy probablemente nunca encontrará a nadie que le desmienta su prejuicio –menos aún si éste es mezquinamente interesado. El que no está dispuesto a admirar nada, difícilmente encontrará algo digno de admiración. Por eso hay quienes no han reconocido y aprovechado a grandes personas contemporáneas de ellos, con las que incluso han convivido. Padecen esto especialmente esos espíritus mezquinos que buscan con malévola intención cualquier mínima falla, con afán de descalificar, especialmente lo que es excelente en su género. Hay quienes necesitan que la realidad de otras personas sea poco valiosa para tratar de consolarse de su propio escaso valor. Los ególatras son incapaces de sano entusiasmo -ni siquiera por sí mismos-, el cual no hay que confundir con la vanidad o el narcisismo. Procuremos nosotros dar generosas oportunidades a las realidades que las puedan merecer.