18 de diciembre de 2008

Del humor en el amor

El humor, sencillamente, puede marcar la diferencia en el devenir de una pareja, porque cuando es frecuentemente  bueno se convierte en uno de los principales ingredientes para que una relación fluya con vitalidad y continuo gozo de la compañía mutua, mientras que, por el contrario, el predominio del malhumor es causa de tropiezos y roces constantes, en ocasiones hasta llegar a la destrucción de la convivencia.Viva el amor libre

Robert K. Cooper, en su libro Aprenda a utilizar el otro 90%, cita un estudio de los psicólogos A. Ziv y O. Gadish, realizado sobre cincuenta parejas casadas. Llegaron a la conclusión de que “el humor era el responsable del 70% de la diferencia de felicidad entre las parejas que disfrutaban de la vida y las que no lo hacían.”

Pero más aclarador que recurrir a las estadísticas a que son tan aficionados muchos estudiosos, es atender a la evidencia personal: pensad en parejas que conozcáis. ¿Habéis visto cuánto puede llegar a corroer una relación el mal humor, y cuánto sin embargo puede llegar a cimentarla y fortalecerla el bueno? Si observáis con atención, veréis qué frustraciones, malestares y hasta rencores de peligrosa deriva puede provocar a diario la mala costumbre de tomar las cosas con mal humor; y podréis comprobar también cómo el inteligente hábito del buen humor lubrica la convivencia, hace llevadera la parte dura de la vida, nos pone por encima de los problemas, evita o sana confrontaciones, nos lleva a sentirnos mejor con nosotros mismos y con nuestro prójimo. ¿Y no son acaso deliciosos el entendimiento, la complicidad y la alegría en esas relaciones de amor trufadas con buen humor?

Como veis, tenemos aquí un estupendo motivo más para cultivar el buen humor en nuestras vidas. ¿Podemos pensar hoy algo sobre cómo hacerlo? Ahí va una idea: no os toméis tan a pecho y os metáis tan hasta el fondo de las cosas que hacéis, que las convirtáis en un sombrío pozo en el que no veis más que lo que tenéis justo delante de vuestros ojos o entre vuestras manos; no os centréis tanto en el logro de un resultado que os ceguéis para otras dimensiones de la realidad que personalmente importan -especialmente, la buena convivencia con quienes forman nuestro mundo personal.

En lugar de ello, podéis ejercitar la capacidad de mirar con perspectiva, sabiendo distanciar oportunamente vuestra mirada de aquello que tenéis entre manos, dándoos cuenta de lo que en el fondo más importa (por ejemplo, el trato personal y comprensivo con alguien) y siendo consecuentes con ello; y buscando además los aspectos graciosos, irónicos o simpáticos que una mirada alegre o divertida sabe encontrar. Así las circunstancias no os podrán superar, sino que seréis vosotros quienes sabréis estar “a la altura de las circunstancias”, justamente por saber mirar las circunstancias desde la conveniente altura, por encima de ellas, sin supeditarnos a las mismas.

¿No creéis que nada es tan importante para nuestra felicidad como nuestras relaciones amorosas? Si es así, sed consecuentes en la práctica diaria y no pongáis de hecho nada por encima de ellas; y menos, naderías o pequeñeces, que más merecen sonrisas y comprensión que enfados y reprimendas, y que al fin y al cabo reflejan nuestra humana condición. La cual me niego a utilizar, como tantas veces se hace, sólo para referirme a conductas oscuras o negativas; mucho más humanas, y también más inteligentes, son las conductas y actitudes luminosas y positivas. Que son, por cierto, las más íntimamente relacionadas con el buen amor y el buen humor.

Ya veis que puede estar mucho en juego, comenzando por el logro de una feliz y compenetrada relación o lo contrario, la frustración y el dolor de los amores fracasados, destruidos por falta del necesario cuidado. Siendo tanto lo que nos jugamos, cultivemos ese espíritu juguetón del buen humor, busquemos divertirnos y jugar un poco con las cosas que pasan, y especialmente con las que nos pasan. De ese modo nunca nos sobrepasan. Y recordemos que siempre hace especial el plato del amor, sazonarlo con la especia del buen humor.

[La divertida foto es de nRibas en http://www.flickr.com/photos/nribas/1388798690/ ]

7 de diciembre de 2008

Bienaventurados

El álbum de Joan Manuel Serrat Bienaventurados contiene un buen número de canciones que me hacen disfrutar; con una sonrisa por su sorna, la bien contada y cantada versión del cuento de La rana y el príncipe; con no menos diversión y gusto esa graciosa mezcla de fórmula mágica e irónicos consejos que contiene la risueña Receta para un filtro de amor infalible. Conmovedora y concienciadora es la bella canción llena de sencillos aciertos que se titula Quizá llegar a viejo –de la quiero decir otro día algo más. Los fantasmas del Roxy, poético y justiciero desquite que “venga” a un cine barcelonés que fue derribado para poner un banco, es una gozada de melodía y ritmo (un fox-trot que me hace imaginar un baile de dos de los protagonistas de este tema, Fred Astaire y Ginger Rogers); y es además una deliciosa narración, la cual escribió el cantante en colaboración con Juan Marsé, basándose en un relato de este. También nos canta (y nos encanta) Serrat Especialmente en abril, envolvente y lírica como un día de despertar de primavera, en cuyas delicias cordiales se recrea precisamente la canción. Igualmente digna de mención y aun de reflexión es Detrás está la gente, que se podría ver como una sencilla y sugestiva definición de la intrahistoria, esa historia en voz baja de los pueblos constituida por las pequeñas historias de las personas que somos todos, y que no aparece en la Historia de fechas y hechos decisivos que cuentan los libros de texto, ni tampoco normalmente en las noticias de los medios de comunicación.

Quería comentar un poco más la canción que da nombre al disco. Nuestro cantautor combina en ella, como hace frecuentemente, cierta sabiduría vital que no por sencilla y popular es menos sabia, junto con sus graciosas pizcas de ironía bienhumorada. En ella, como en otros temas de este álbum, Serrat nos divierte y enseña, como suele ocurrir con quien sabe divertirse a la par que aprende; a veces lo hace en el sentido literal de enseñar, mostrar, pues muestra la humana realidad de algo.

La canción a que me refiero, Bienaventurados, tiene una estructura que se puede dividir en dos partes similares, en cuyas introducciones se haya graciosamente expresada una “filosofía de vida”. Con el mismo gusto con que las escucho -¡y las canto!- os las dejo aquí escritas.Bienaventurados

La vida te la dan pero no te la regalan,

la vida se paga por más que te pene,

así ha sido desde que Dios echó al hombre del Edén

por confundir lo que está bien con lo que le conviene.

Si a plazos o al contado la vida pasa factura

rebaña y apura hasta las migajas,

que si en cada alegría hay una amargura,

todo infortunio esconde alguna ventaja.

(...)

En cualquier circunstancia, por lastimosa que sea,

busca la manera de comer perdices,

que a pesar de lo alto que nos coloquen el listón

hay que brincar con la intención de ser felices.

(...)

Sí que son planteamientos acertados... si queréis ser bienaventurados.

Y es que sólo puede ser bienaventurado quien aprovecha bien la aventura de la vida.

*****

[Os dejo enlaces a un par de vídeos de canciones citadas, para que puedan ser directamente disfrutadas.]

Los fantasmas del Roxy, en directo.

Receta para un filtro de amor infalible; contiene diapositivas de una población, Canet de Mar, pero es el único vídeo que he encontrado en que se escucha esta canción con buen sonido y, bueno, tampoco está mal ver los encantos de ese atractivo lugar.

[Carátula de Bienaventurados tomada de http://www.coveralia.com]

28 de noviembre de 2008

Lo que crees... efectivamente

“Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto.”

Henry Ford

Quien está plenamente convencido de que puede lograr algo, frecuentemente lo consigue; quien, por el contrario, se persuade de que no puede realizar su pretensión, se convierte generalmente en profeta y provocador de su propio fracaso. En ambos tipos de casos es, por lo menos, lo que en la gran mayoría de ocasiones suele ocurrir; quiero decir, solemos hacer que ocurra. Nada suele ser tan decisivo como la fuerza de la fe que seamos capaces de poner en nuestras posibilidades de hacer realidad algo, el grado de convicción acerca de la conquista de nuestras metas.

Entre una vida superior y llena de logros y otra muy inferior resignada a la mediocridad y la pobreza vital no suele haber más diferencia que la que hay entre el puedo y el no puedo. Y ese poder suele ser una cuestión de aprender a motivarse –nadie nace sabiendo hacerlo-, mientras el no poder suele ser una costumbre aprendida, potenciada por la inercia y por lo fácil que es entregarse a lo más cómodo.

Si en lugar de dejarnos llevar por esas cómodas posturas del no puedo, no sé, no es posible, es demasiado difícil, actuamos como si pudiésemos lograr lo que queremos y como si tuviéramos que hacerlo porque nos estuviésemos jugando algo importantísimo para nosotros, descubriremos generalmente que, en efecto, sí podemos, o por lo menos que somos capaces de llegar en el empeño bastante más lejos de lo que habíamos creído. Pienso que puede ser enorme esta “fuerza del como si” si la sabemos emplear.

El autor de la cita que encabeza este texto nos puede aportar también un ejemplo que la ilustra.Henry Ford

Henry Ford tuvo una idea que se propuso firmemente convertir en realidad: construir para sus automóviles un motor  de ocho cilindros fundidos en un solo bloque (el llamado motor V-8 por su forma de V) a bajo coste. En aquel entonces, a finales de los años veinte, aquello pareció imposible, al menos así se lo aseguraron, uno tras otro, todos los ingenieros de su empresa a los que se presentó el proyecto.

Ante el plan –y los planos- del nuevo motor los ingenieros se mostraban completamente escépticos. El fundador de la Ford Motor Company, que además era un buen inventor, no se echó para atrás ante esta supuesta certeza de todos los expertos en el asunto y les pidió que, de cualquier manera, lo hicieran. Para él, la palabra imposible sólo significaba que no se había encontrado todavía la solución. Pese a los aparentes obstáculos insuperables que le objetaron los ingenieros, Ford les instó a que se pusieran manos a la obra y se esforzaran en lograrlo empleando el tiempo que hiciese falta.

Pasaron bastantes meses y muchos frustrados intentos. Los ingenieros de la Ford hubieran querido rendirse, cada vez más convencidos de la imposibilidad en la cual, a pesar de todo y de todos, no creía el jefe de la empresa. En la reunión mantenida cuando ya había pasado un año, Ford les ordenó que siguieran intentándolo, pese a la falta de resultados: “lo quiero y lo tendré”. Pienso que es posible que si hubiese sido español, a los “no podemos” de los ingenieros acaso hubiese contestado “pues hagan un poder”. Y esto fue en cierto modo lo que les exigió, que actuasen como si pudiesen lograrlo, sin rendirse en ningún caso; el resultado fue que, no mucho más tarde, lo consiguieron.

Fue un gran avance en la historia del automóvil; y ciertamente también un caso ejemplar en la historia de la fe en los grandes logros. Podríamos decir que Ford tuvo el genio –en cuanto a carácter y en cuanto a visión- suficiente para sacar todo el ingenio de sus ingenieros hasta lograr la obra... genial.

Cuando sabemos apostar con convicción por nuestros deseos y proyectos, poniendo nuestro entusiasmo y nuestros mejores esfuerzos en ellos, como poco nos aseguramos aquello que nos podemos exigir, que no es un resultado, sino el dar lo mejor de nosotros mismos en nuestros proyectos vitales. Y eso, además, suele dar unos estupendos frutos, a veces increíbles.

Mi deseo es que si os preguntase individualmente: “¿crees que puedes convertir en realidad los deseos que en el fondo más te importan?”, me pudieseis contestar cada vez con más confianza, convicción y optimismo justificado por vuestras actitudes y actos.

[Fotografía de Henry Ford tomada de http://www.biografiasyvidas.com/ ]

18 de noviembre de 2008

Disfrute o preocupación

A Marieta, desde el deseo de disfrutar interminablemente de tan bella persona

Es de suma importancia elegir la opción vital de disfrutar cuanto podamos de las personas y de las situaciones, de imaginar cómo se las puede vivir mejor, de actuar con amor, de vivir las cosas de verdad, desde nosotros mismos, siendo quienes de veras somos, en lugar de optar por dejarnos poseer por las preocupaciones, agobios y miedos por lo negativo que pueda pasar o por un posible indeseado juicio que otras personas se puedan hacer de nosotros, estando así una y otra vez pendientes de nuestra imagen y con el ánimo dependiente de ella. En lugar de buscar esta “imagen conveniente” intentemos llenar y dar nuestra realidad, que tendrá por lo menos la frescura y el sabor de lo vivo y auténtico y la dignidad de lo verdadero.

Es biográficamente decisivo cómo tomamos las realidades con que convivimos, qué significan verdaderamente para nosotros; concretando más, a qué le damos importancia en nuestra relación con ellas –y muy especialmente con otras personas. Si nuestra predisposición es la de disfrutar, aprovechar y vivir de la mejor manera, con entusiasmo si es posible, las realidades y posibilidades de nuestra vida, tratando además de buscar y llevar a cabo las mejores; si igualmente nos disponemos a procurar sacar el mejor provecho personal a las que son obligadas o inevitables, entonces nuestras actitudes y actos e incluso el carácter que nos formamos a través de ambos tipos de elecciones personales, van a ser bastante superiores vital e intelectualmente a los resultantes de dejarse llevar por predisposiciones en que lo que cuenta son otras cosas.

Desde luego cosecha una vitalidad y autenticidad muy inferiores quien esclaviza sus pensamientos y sentimientos a una imagen que pretende dar, quien está más pendiente –y dependiente- de lo que van a pensar de él o ella otras personas que de ese saludable, curioso, entusiasta gozar y entregarse a la vida. Por cierto, esta última actitud da además una imagen de mayor y más atractiva personalidad, como pertenece a una realidad personal más auténtica y más intensa.

Es esclarecedor ver como donde unos sienten un peligro y un problema otros saben descubrir una oportunidad y una viva incitación. Si supiéramos tomar a fondo la actitud adecuada de disfrute y aprovechamiento de la realidad... cuántos aspectos del vivir y del convivir podrían ser sentidos como una fuente de gozo, de alegría, de diversión, de sano juego, de interesante saber, de ilusión y entusiasmo, en lugar de ser vividos como un problema, una amenaza, un peligro, una continua preocupación, un miedo a que las cosas no salgan como pretendemos, o bien un incordio o una pesadez. ¡Cuán más ligeramente y descargados de preocupaciones viviríamos, cuán más auténtica y personalmente, cuán más intensamente y más llenos de vitalidad!

Para ello, una de las actitudes convenientes es no poner el orgullo en los resultados, en los logros, en cómo salgan las cosas ni en la imagen que demos. Si queremos ponerlo en algo, que sea más bien en la capacidad de escoger las actitudes más inteligentes, sanas y felicitarias, y especialmente en nuestra autenticidad e intensidad en la entrega a aquello a cuya carta ponemos nuestra vida; en suma, orgullo en que somos de verdad y sabemos disfrutar de verdad, tomando la vida y sus contenidos de la manera más positiva.

Ciertamente hay otra opción distinta y también preferible a la de poner nuestro orgullo en resultados, imagen y otras exterioridades, y al hacerlo seguramente molestarnos y enfadarnos con nosotros mismos cuando esos objetivos no salen como pretendemos: sustituyamos este orgullo, que suele tener algo de vanidad, por una actitud más sabia y simpática de humildad y sepamos desde ella sonreírnos de nuestros errores no intencionados, de nuestras torpezas y defectos, de sucesos y reacciones contrarios a nuestras pretensiones, tomando todo esto con el mejor buen humor.

Lo cual no quita, dicho sea de paso, actuar con fuerte espíritu de superación y perfeccionamiento en aquello en que queramos ser muy buenos, ni está reñido con la exigencia de intentar hacer bien las actividades en que estamos moralmente obligados a tal proceder. Porque he de aclarar que hay ambiciones y logros que me parecen muy buenos y deseables, los referidos a aquellos quehaceres y proyectos que sentimos como propios, que queremos realizar porque los vivimos como parte de lo que somos, de nuestro proyecto vital auténtico, de nuestras aficiones o nuestra vocación, y por ello deseamos realizarlos, y hacerlos bien, de una manera que nos deje contentos personalmente; aquí sí importa el resultado, pero no de cara a los demás y sus opiniones sino a nosotros mismos: importa que nos satisfaga lo que hemos hecho, que esto sea lo que creemos que tenemos que hacer. En actividades creativas es decisivo que lo realizado sea auténtico, que refleje verdaderamente a su autor (aunque pueda no gustar a otras personas o tratarse de realizaciones que vayan contra la corriente social), en todo caso que el hacedor se pueda reconocer en lo que ha hecho. En suma, se trata de no dar importancia a exterioridades como el éxito social, la buena crítica ajena, los resultados sobrevenidos a lo que hacemos, dándosela en cambio a ser consecuentes con quienes de veras somos, a nuestra vocación, nuestros deseos personales y nuestros proyectos verdaderos, procurando convertir en realidad lograda estas interioridades.

No obstante, las actitudes positivas y “aprovechadoras” que voy sugiriendo podemos y debemos proponérnoslas teniendo en cuenta a los demás en cierta forma. En primer lugar, para respetarlos; de manera muy importante también, para que ese disfrutar que buscamos sea compartido, ante todo con las personas que elegimos para nuestro mundo personal. No propongo, de ningún modo, un disfrute egoísta ni abusivo ni manipulador, sino el que es posible y deseable éticamente. La fruición es mucho más valiosa –y generalmente también más gozosa- cuando se trata de un disfrutar con, mientras que pierde su valor y se convierte en negativa cuando es un disfrutar a costa de alguien.

Y no hay que olvidar que nos puede dar gran felicidad y alegría el proporcionar éstas a otras personas, ante todo a las amadas; la condición es que se haga de un modo sano, sin renunciar a ser quien se es, a la propia personalidad, no por debilidad o por motivos patológicos; podríamos decir: por amor fuerte y verdadero, no por una falsificación de éste o un mal sucedáneo como la entrega de los inconsistentes, la manipulación que ejercen ciertos débiles (incapaces de confiar en su verdadero ser) o la imposición de los en el fondo impotentes.

Para lograr las deseables actitudes que estoy proponiendo es básico buscar, fomentar, estimular nuestros deseos, el gran manantial de la vida. Cuántas veces deberíamos preguntarnos qué cosas deseables para nosotros podemos hacer en una determinada situación, de qué podemos disfrutar, qué podemos vivir que nos merezca la pena; y tomar desde luego la mejor actitud para que ello pueda ser posible: inyectarse ganas, apertura a la realidad, curiosidad, entusiasmo, ilusión. Puede pensarse que esto no es fácil; de lo que estoy seguro es que depende en gran medida de nosotros y está muy relacionado con nuestra voluntad, nuestra imaginación y nuestro amor –capacidades humanas que se pueden mejorar en su calidad, intensidad y frecuencia de ejercicio. En lugar de todo esto nos podemos dejar embargar por miedos y preocupaciones y poner el pensamiento en lo negativo que nos puede pasar o exclusivamente en los problemas con que tenemos que enfrentarnos. La elección es nuestra.

Desde luego, algo fundamental en la actitud que propongo (y cada día me propongo) es saber -o aprender a- ver lo positivo, lo personalmente aprovechable, lo que se puede disfrutar y estimar dentro de la circunstancia en que nos encontramos. Sin ese positivismo mental no es posible el positivismo vital de que tratamos.

A ese positivismo en la visión de la realidad hay que añadir el de nuestras reacciones con hechos. Una buena costumbre para alcanzar esta forma de vivir y sentir podría enunciarse así: cambiar cuanto antes cada negativa preocupación por una positiva ocupación; ya sea hacer algo positivo con efectos directos sobre aquello que nos preocupa, ya sea ponernos en alguna experiencia deseable que nos pueda complacer, o al menos que nos pueda aliviar. Hacerlo tan inmediatamente como uno pueda, si es posible en cuanto nos demos cuenta. Esto siempre es aplicable a las preocupaciones y sufrimientos evitables y erróneos –la mayoría-, y no olvido que hay algunos padecimientos que son tan dolorosos como inexorables; pero también ante estos últimos son más acertadas unas respuestas que otras y las que he mencionado no suelen venir mal. En cualquier caso, ¡cuántas cosas positivas y prácticas que nos ayudarían a sentirnos bastante mejor solemos postergar o dejar de hacer!

Algo que está también en nuestras manos es acostumbrarnos a buscar la forma divertida, simpática, gozosa, de mirar las situaciones; preguntémonos en qué podría consistir en cada caso concreto. Como ya he indicado, especialmente valiosa sería la actitud de tomar con buen humor los errores que se puedan cometer, las propias imperfecciones, las meteduras de pata en que se caiga, en lugar de enfadarse por no lograr los objetivos pretendidos o “no dar la imagen buscada”.

Otra idea que nos puede ayudar en nuestra lucha contra las preocupaciones perjudiciales es la de darnos cuenta del poder liberador de saber decirse “¿y qué?” frente a todos nuestros “¿y si…?”: ¿y si no le gusto a esa persona que me importa?, ¿y si tengo una intervención ridícula o torpe al hablar ante tal público?, ¿y si no logro el resultado que pretendo en un examen o prueba?, ¿y si algo sale mal?... Sepamos respondernos: ¡¿y qué?! Dejemos de dar tanta importancia a las exterioridades, a tantas cosas que nos vienen de fuera, como los juicios y opiniones ajenas, los resultados, las valoraciones externas; démosla mucho mayor a ser quienes somos, a gozar de lo que –y los que- verdaderamente queremos, a tratar de hacer bien y serenamente aquello que creemos que tenemos que hacer. Distinguiendo, por cierto, lo que está en nuestras manos y aquello que no depende de nosotros, porque es a lo primero a lo que merece la pena dedicar nuestro tiempo, esfuerzos y ánimo.

Muchas veces, si pensamos con inteligencia la respuesta a ese ¿y qué?, veremos que las que parecían acaso terribles consecuencias tienen bastante menor importancia que la que aparentaban en un primer momento, de lo cual generalmente nos podemos dar cuenta si miramos las cosas con suficiente perspectiva y con valores personales acertados. Ayuda también al buen afrontamiento de nuestros retos y experiencias el imaginar alternativas si las cosas no salen de la manera que más nos gustaría: lo que podríamos hacer, otros caminos que podríamos seguir, qué podríamos intentar para mejorar aquellas facetas de nuestra vida a las que no queremos renunciar. Con demasiada frecuencia tienden las personas a olvidarse, faltas de imaginación, de las múltiples posibilidades que están en su horizonte, que pueden explorar, imaginar, crear, realizar; sin olvidar las que pueden aparecer inesperadamente.

*****

Tengamos, en definitiva, el valor de rebelarnos contra la tiranía de las preocupaciones que hemos convertido en hábito pero son erróneas y evitables, enfrentémonos duramente, valientemente, a esas opresiones emocionales que, generalmente sin darnos cuenta, ejercemos contra nosotros mismos, impidiéndonos o menoscabándonos muchos buenos momentos que podríamos vivir plenamente, y obstaculizando una relación más verdadera y gozadora con la realidad que nos rodea. Decidámonos a disfrutar cada vez más y mejor.

Si lográsemos ser capaces de vivir con parecidas ganas de disfrutar, amar y aprovechar vivamente, a las que podríamos sentir si estuviésemos en los últimos días de nuestra vida, con un consecuente dar de lado a tantos temores, descargándonos de preocupaciones, enfados y pesadumbres evitables, ¡cuánto ganaría nuestra vida! ¿Por qué no imaginar cómo actuaríamos en tal situación y motivarnos para hacer algo razonablemente parecido?

Hay quienes desde su infancia sienten y viven el mundo como un lugar plagado de amenazas, mientras otros gozan de poder verlo y sentirlo como un lugar lleno de incitaciones, realidades interesantes e ilusionantes y oportunidades para disfrutar, jugar y divertirse. A los que han caído en el apocamiento o en un estresante o incluso deprimente vivir por la tendencia a tomar las cosas de forma negativa y frustrante, hay que decirles que el niño –y el joven, y hasta el adulto- que se ha sido no tiene por qué perpetuarse el resto de la vida condicionándola, y mucho menos determinándola, para mal. Para las personas que han vivido el mundo como amenaza, el cambio de que aquí hablo es tan radical como necesario y posible. De creer esta verdad depende que su vida pueda ser mucho mejor de lo que ha sido, y de lo que promete ser si no despliegan bien sus velas del disfrute, gobiernan su timón desde un positivo mirar, se preparan para invocar y aprovechar a tope los divinos vientos del entusiasmo y ponen proa hacia su más valioso destino.

Ninguno de nosotros puede renunciar a intentar esto a fondo, a lograr disfrutar de las personas y situaciones que la vida nos ofrece y nosotros nos buscamos, en lugar de dejarnos dominar por la preocupación, el miedo o por otras emociones, pensamientos y sentimientos negativos. La razón de ello no puede ser más fuerte ni más clara: en que lo consigamos nos va en gran medida la felicidad que vamos a lograr en nuestros días.

Os pido que imaginéis la siguiente situación. No importa cuál sea su verosimilitud, la posibilidad de que se dé realmente. Sencillamente se trata de una experiencia que, bien hecha, podría ser fecunda, tener positivo valor vital. Especialmente para quienes sean escépticos ante la posibilidad de convertir el entusiasmo en una actitud permanente, con la cual llenar de vida la vida, que comenté en mi artículo anterior. Podríamos decir que a los que crean que no se puede hacer esto, les propongo una manera concreta de que hagan un poder, por usar una estimulante expresión española.

Pues bien, imaginad que vuestra vida está amenazada, de tal forma que si no cumplís cierta condición que os han puesto para que realicéis en todas las horas de ella –se entiende, mientras estáis despiertos- la perderéis, no podréis seguir viviendo; vuestra vida depende, pues, de que logréis cumplir suficientemente una condición.

¿Cuál es esa condición? Que viváis cada una de vuestras horas con entusiasmo, que lo inyectéis una y otra vez en vuestras venas vitales; tendríais, pues, que intentar afrontar con esa actitud todo lo que hacéis y os afecte como personas, y ello incluiría, consecuentemente, seleccionar las actividades y estar en las circunstancias y con las personas más susceptibles de posibilitar ese vuestro entusiasmo personal; no os permitiríais descanso en la faena, pues os iría la vida en ello. Imaginad que de verdad no cupiera escape, que vuestras acciones y actitudes estuvieran permanentemente controladas, por ejemplo por cámaras omnipresentes, que también vuestro interior fuera conocido, como si pudiera haber máquinas que hicieran saber, a quien va a decidir en cada hora si habéis superado cada prueba de entusiasmo, qué habéis pensado y sentido realmente; en suma, que sois vistos como teóricamente debe sentir que es visto un cristiano por el Dios en el que cree, sabiéndose en todo momento mirado por dentro y por fuera.

¿Os podéis imaginar de veras hasta qué extremos se podría vigorizar nuestra vida, de qué seríamos capaces,Aitana de victor_nuno qué logros que podrían haber parecido increíbles obtendríamos con esa actitud de máxima entrega y vitalidad? En una situación así, no nos dejaríamos llevar por la pereza o la comodidad, ya que no estaríamos dispuestos a ceder ante nada si en verdad nos fuera la vida en ello. En cada situación, para cada tarea, en cada momento, seríamos afanosos buscadores de lo entusiasmante, de lo valioso, y, sobre todo, lograríamos el gran poder de infundirnos a nosotros mismos pensamientos y sentimientos de entusiasmo, aprenderíamos la capacidad de obtener de nuestra realidad ese viento poderoso, capaz de dar intenso empuje a cuanto toca.

Una alternativa dentro de esta propuesta sería escoger una motivación que fuese, en lugar del peor de los castigos (perder la vida), el mejor de los premios. Piense cada cual en algo que pueda desear fuertemente, que le pueda dar una gran felicidad. Y ejérzase esta forma que sugiero de tomar cada paso de la vida, como si el premio de actuar así fuese lograr esa fuente de felicidad, ese gran deseo personal. Puede incluso ocurrir que esto no tenga nada de imaginario, que lo que nos encontremos practicando sea principalmente la entrega entusiasta a un proyecto vital para nosotros, y que precisamente al actuar del modo que indico, estemos afrontándolo dando lo mejor de nosotros mismos y, por tanto, jugando nuestras mejores cartas para conseguirlo. El premio puede ser, de este modo, palpablemente real.

Sin duda, se pueden hacer muchas cosas para mejorar la propia vida, y en estas páginas podréis ver sugeridas y comentadas algunas de ellas. Pero si tuvierais que hacer tan solo una, si solamente os pudierais quedar con una única inspiración, con una sola guía, si vuestra vida hubiera de consistir en cumplir un solo mandamiento, creo que uno de los mejores aconsejables sería éste: hacer cuanto esté en vuestras fuerzas y en vuestra alma para insuflar entusiasmo a cada hora de vuestros días. Me atrevería a decir que una gran parte de todo lo demás que podéis mejorar y desear se os daría “por añadidura”. Ciertamente, esta inspiración estaría basada en que el entusiasmo, sobre todo cuando no es superficial, suele derivar de alguna forma de amor.

Os invito a intentarlo. Tal vez descubráis que no hay manera más grande de vivir que... desvivirse; ponerse en cuerpo y alma, con todas nuestras ganas, en todo aquello a que nos dedicamos personalmente, luchando, sin desfallecer, por las realizaciones que pueden hacer que nuestra vida valga; y, sobre todo, nos valga la pena.

[Fotografía: Aitana. De victor_nuno, en Flickr]

29 de octubre de 2008

Vivir con entusiasmo

He aquí un programa sencillo –que no fácil de cumplir- para un cambio radical de vida que sentaría maravillosamente a no pocas personas: aprender a vivir con tanto entusiasmo como sea posible cada hora de nuestros días. Y creo que tal actitud suele ser tan posible como deseable; si bien habría que analizar qué modo de entusiasmo se puede aplicar a cada situación.

¿Cuáles son los requisitos para lograrlo?, ¿qué se tendría que poseer o generar? Para empezar, una gran capacidad de motivarse, para lo cual es bueno contar con aquello de lo que tendemos a disfrutar espontáneamente y, no menos, tratar de buscar y tener en cuenta todo aquello que nos puede merecer la pena vivir, lo que nos gusta observar y absorber por los sentidos, lo que nos place hacer y sentir. No hay que olvidar que la diferencia entre lo que de hecho gozamos con pasión y lo que podríamos tomar así pero no lo aprovechamos, es vitalmente enorme.

Es trascendental crearnos o mantener un alma porosa, deseosa de encontrar y absorber multitud de realidades valiosas, de ampliar el propio mundo, enriquecer la experiencia personal, agrandar y profundizar el conocimiento de la realidad, mejorar la parte de ella que nos importa y esté en nuestras manos. Esa avidez de realidades que nos puedan dar satisfacción, a cuya búsqueda nos entregamos con espíritu generoso, positivo y abierto, es ya una fórmula del entusiasmo.

Se me ocurre otra parecida definición, otra aproximación a ese magnífico y magnánimo espíritu que caracteriza al entusiasta. Se trataría de ir en búsqueda de la realidad con amor, procurando por tanto sacar lo mejor de ella –comenzando por sacar lo mejor de uno mismo. El entusiasmo sería así la actitud que hace que nuestra persona y nuestra vida den más de sí. No es mal aval para darle un puesto de “director vital”.

En las situaciones poco agradables o decididamente adversas, se puede lograr entusiasmo con un fuerte e inteligente espíritu positivo (que es cultivable y mejorable), con buena capacidad de ver y valorar las partes de la realidad que nos pueden hacer sentir alguna estima, esperanza u optimismo. Se puede lograr una gran aptitud para encontrar nuestros “puntos de aplicación” del entusiasmo, uno de los cuales podría ser incluso nuestra propia persona, por ejemplo por un valeroso actuar en circunstancias difíciles.

El entusiasmo como eje de la vida requiere una actitud de entrega a todo lo valioso que podemos encontrar en nuestra circunstancia, de búsqueda de aquello que puede satisfacer una vida personal llena de interés –porque se interesa por la vida y con ella se llena; y el intento de estimularlo y fomentarlo con generosidad. Quien logra un alto nivel de interés por muy diversas realidades que están a su alcance, y quien logra ampliar su visión, especialmente aumentando su creatividad e imaginación, tendrá mucho ganado en este empeño. El cual, efectivamente, ha de ser un empeño, pues requiere nuestra actividad, nuestros esfuerzos, nuestra potenciación, nuestra constancia en encontrar y practicar ese modo de vivir.

Un modo de vivir que, si no divino, es el que más puede parecer tal, pues es un modo propio de las mayores alturas humanas. Al cabo, la palabra entusiasta procede del griego enthusiastés, que significa “inspirado por los dioses”. Y el entusiasta, casi como un dios, si no crea, recrea el mundo mediante su amor efusivo.

Si miramos a un nivel más hondo, el que podríamos llamar biográfico, encontramos que el entusiasmo profundo no radica solamente en la actitud ante las diversas realidades que nos vamos encontrando, sino que consiste principalmente en poner en juego aquello que da su más personal sentido a nuestra vida: las mayores fuentes de entusiasmo son las que emanan de los proyectos que sentimos como más irrenunciables, especialmente aquellos dignos de llamarse vocaciones, caracterizados por el amor; sea éste a una persona, a un arte, a una forma de vida, etc.

*****

No se puede vivir con entusiasmo si no se posee o se cultiva el sentido del asombro, si no nos damos cuenta de las realidades y acaeceres que tienen belleza, interés, valor, grandeza, capacidad de conmovernos. Lo contrario es dar por conocido o por fútil lo que nos rodea, actitud ignorante y esterilizadora; a veces es peor aún, se busca lo sucio y lo turbio, y echar basura sobre la realidad, actitud mezquina o vil –según el grado- que empeora la realidad, muy especialmente la del que la adopta. En la actitud opuesta, nos podremos asombrar de todo lo bello, bueno y grande que podemos encontrar si nos hacemos buenos capturadores de lo valioso. Percatémonos de cuánto de lo que existe y aporta un enriquecimiento (pasado, presente o posible) a nuestra vida podría no existir y, en lugar de darlo por supuesto, sepamos mirarlo y aun admirarlo, y valorar, en su caso, que haya sido hecho.

Tampoco es posible vivir con entusiasmo sin estas dos nobles e inteligentes actitudes íntimamente ligadas: generosidad y gratitud. Y, por cierto, creo que el que en el fondo no sabe dar, nada hondo puede recibir.

Démonos cuenta de que estamos en un mundo lleno de impresionantes posibilidades humanas, de maravillas ni siquiera soñadas en el resto de la historia, con unas posibilidades vitales para el hombre común de muchos países, que no han tenido ni los más ricos de otras épocas, verdaderos milagros cotidianos que nos permiten conocer y aprovechar el mundo y buena parte de lo que ofrece. Si sabemos ver esas realidades y posibilidades valiosas existentes, es difícil que tengamos una actitud gruñona y quejumbrosa más propia de quien viviera en uno de los peores mundos posibles. Démonos cuenta de tanta realidad positiva que hay en nuestro mundo, el cual, para empezar, hace posible que vivan en él un considerable número de miles de millones de personas.

Una forma de generosidad muy importante para el entusiasmo es el generoso esperar. Es raro que una realidad ofrezca algo grande a quien no cree previamente que ella puede ser grande. Es menester creer que alguien o algo puede ser valioso para descubrir su real valor. A esto llamaba Julián Marías “dar crédito” a una realidad. Quien está convencido de que nadie de su país, o de su época, puede ser valioso, muy probablemente nunca encontrará a nadie que le desmienta su prejuicio –menos aún si éste es mezquinamente interesado. El que no está dispuesto a admirar nada, difícilmente encontrará algo digno de admiración. Por eso hay quienes no han reconocido y aprovechado a grandes personas contemporáneas de ellos, con las que incluso han convivido. Padecen esto especialmente esos espíritus mezquinos que buscan con malévola intención cualquier mínima falla, con afán de descalificar, especialmente lo que es excelente en su género. Hay quienes necesitan que la realidad de otras personas sea poco valiosa para tratar de consolarse de su propio escaso valor. Los ególatras son incapaces de sano entusiasmo -ni siquiera por sí mismos-, el cual no hay que confundir con la vanidad o el narcisismo. Procuremos nosotros dar generosas oportunidades a las realidades que las puedan merecer.

22 de octubre de 2008

¡Y pasión para la vida!

Con el título de este blog pretendía sugerir varias ideas, algunas de las cuales fueron comentadas en la primera entrada del mismo. Quiero recordar ahora que hay un sentido de la expresión “tener una razón para la vida” –o varias razones- que es el de poseer algún fuerte motivo por el que vivir, una profunda ilusión que vivifique nuestros días, una gran pasión que nos impulse en el diario navegar; los latinos llamaban a estas radicales motivaciones “las causas de vivir”. Por eso se pueden decir, con sentido, frases como “ella era la razón de mi vida”. Por cierto, tales expresiones se suelen decir más en pretérito, ante la pérdida de la persona amada, porque es cuando falta ese gran motivo para vivir cuando se suele sentir más agudamente que “ella” estaba detrás de todo, como una gran raíz proveedora de los nutrientes necesarios para la savia de nuestro árbol de la vida, un elemento vital para sus frutos y sus flores.

Por otro lado, una razón sana y enérgica posee una raíz biográfica que es el afán de realidad, es decir, el deseo y el gusto por gozar, vivir, experimentar, absorber muchas realidades y posibilidades que podemos encontrar en nuestra circunstancia. Y diría más aún: la razón más profunda, con más capacidad de ver, es la que mira desde el amor a la realidad.

Pues bien, ese afán de realidad caracteriza a las pasiones positivas, las que nacen de alguna forma de buen amor. (¿No tienen también cierto afán de realidad los apasionamientos patológicos, como fuertes atracciones por algo concreto que son? Yo respondería que sí, pero un afán enfermizo, excesivo o maniático, pasando la pasión a convertirse en adicción por algo o por alguien).

Precisamente la pasión por algunas realidades valiosas es muchas veces la impulsora del ejercicio de la razón para entenderlas. Nutre así la pasión a la razón, pero a la vez ésta sirve al amor, porque al avanzar en la comprensión de algo lo podemos amar más profunda e intensamente, más de verdad al hacerlo desde más verdad.

En el reverso del amor que busca la clarividencia, está la actitud de quien ama temiendo que la verdad de lo amado le desilusione y le lleve al desengaño en cualquier momento, y así padece tratando de sostener un amor débil y frágil.

Personalmente, me importa tanto la dimensión de profundidad como la de intensidad de la vida y, por consiguiente, me interesan, tanto como la razón, la vitalidad, los sentimientos, la pasión. Para mí, una vida que merece la pena es una vida llena de entusiasmo inteligente o, visto a la inversa, vivida desde una entusiasta y amorosa razón.

Estas valoraciones se habrán de notar en aquellas realidades y cualidades que se tratarán de atender y entender, así como de favorecer y fomentar, desde esta bitácora.

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Nota risueña: ¿Se os ocurre dónde he escrito estas ideas? ¡En la sala de espera del dentista! Podríais imaginar que es un lugar muy propenso para pensar en la pasión, pero en su sentido de sufrimiento o padecimiento, como cuando se habla de la pasión de Cristo. Mas no hubo tal “inspiración”. Se trata, en cambio, de una muestra de cómo me gusta aprovechar fecundamente mi tiempo: por quererlo lleno de vida (incluyendo vida intelectual) intento evitar todo “tiempo muerto”.

13 de octubre de 2008

Razón para la vida

El sentido originario en que algo es problema para el hombre, no posee carácter intelectual ni mucho menos científico. Sino al revés: porque el hombre se encuentra vitalmente, esto es, realmente perdido entre las cosas y ante las cosas no tiene más remedio que formarse un repertorio de opiniones, creencias o actitudes íntimas respecto a ellas. Con este fin moviliza sus facultades mentales, construyendo un plan de atenimiento frente a cada una y a su conjunto o universo. Este plan de atenimiento es lo que llamamos el ser de las cosas.

Por consiguiente, no hemos venido a la vida para dedicarla al ejercicio intelectual, sino viceversa; porque estamos, queriéndolo o no, metidos en la faena de vivir, tenemos que ejercitar nuestro intelecto, pensar, tener ideas sobre lo que nos rodea, pero tenerlas de verdad, es decir, tener las nuestras. No es, pues, la vida para la inteligencia, ciencia, cultura, sino al revés, la inteligencia, la ciencia, la cultura no tienen más realidad que la que les corresponda como utensilios para la vida. (Ortega y Gasset: Esquema de las crisis, cap. IV).

Luz sobre el horizonte. De Lourdes Sierra Tejada

Desde mi juventud he dicho que, si tuviese un escudo y en él una divisa, sería, con letra pequeña, esta: “Por mí que no quede”. (Julián Marías)

¿Qué sentido tienen estas consideraciones internáuticas e interpersonales que me dispongo a hacer? Es para mí una intención principal al escribir que mi ejercicio de la razón pueda servir para una vida mejor, más honda y verdadera, más intensa y vital, para mí mismo y acaso para otras personas si acompañan el acierto propio y la generosidad ajena. La razón es propia del hombre, mas no hay que olvidar que también es para el hombre, so pena de convertir en poco humana esta gran potencia que realmente es humanizadora.

Aclaro que he preferido hablar en el título de razón más que de pensamiento porque ese concepto expresa más exactamente lo que pretendo. La razón, es decir, el pensamiento racional, es sólo uno de los tipos de pensamiento posible. Y es el que pretendo usar a fondo con su finalidad propia, es decir, para tratar de captar y capturar la realidad, de una forma plenamente humana: atrapándola con las telarañas que teje la razón con sus consistentes hilos que todo lo conectan.

Razón para la vida es, para empezar, una razón para mi vida, la actual concreción de uno de los proyectos personales que le dan su sentido. Porque un quehacer importante para que me valga la pena mi vida es el afán de encontrar y expresar mi personal interpretación de la realidad que me afecta y me interesa, la respuesta fundamentada y fundamentadora a mi circunstancia; y entiendo esta última en el más amplio sentido –el que le daba Ortega-, el cual alcanza a todas las realidades que, a diversas distancias, rodean al propio yo, desde este mi cuerpo que ahora uso para escribir hasta lo que llamamos el Universo.

He de añadir que siempre me ha importado personalmente que en el enfrentamiento dramático y teórico con la realidad, cuyo paso primero es su interpretación, se va forjando una personalidad más auténtica y de mayor hondura. Creo, efectivamente, que el uso frecuente y a fondo de la razón es decisivo en el logro de un alto grado de autenticidad personal, y ello en todas las dimensiones biográficas en las que nos ponemos, tanto en la vida privada como en la pública. Permite ver la realidad más profunda y personalmente y por tanto vivir de igual modo, pues de nuestras visiones y maneras de entender la realidad partimos para vivir.

Ciertamente, el requisito es que se use real y rectamente la razón, mirar con ojos abiertos y veraces la realidad, intentando entenderla, no sustituyéndola por prejuicios o ideologías, ni por conveniencias autocegadoras o por inercias mentales. Cuántas veces usa mejor la razón en su ámbito una madre respecto a sus hijos o un humilde maestro en relación con sus pequeños aprendices que un intelectual o un político en sus tareas propias; tal vez porque los primeros realicen sus humanos quehaceres con amor comprensivo y porque, por ejemplo, los últimos estén atrapados en tendencias dogmáticas o en un utilitarismo desdeñador de la realidad.

Desde mi adolescencia he tenido cierta tendencia a pensar y escribir, con mis no pocas limitaciones, variables con la edad. Pero mis motivaciones primeras siguen actuando vigorosamente en mi actual pensamiento y escritura, lo cual no es de extrañar porque ellas constituyen una función eminente del pensamiento: impulsar y mejorar la vida de quien lo ejerce, comprender y responder sus problemas y posibilidades, imaginar y crear sus trayectorias y sus reformas. “Cuanto más lo pienso –meditaba Goethe-, más evidente me parece que la vida existe simplemente para ser vivida”; yo entiendo que para ser vivida no de cualquier manera sino lo mejor que podamos, pues al inmenso valor que tiene la vida hay que corresponderlo aprovechándola y entregándonos a ella a fondo. Y ello exige pensar lo necesario para orientarnos y ejercer nuestra libertad en tal sentido.

Este afán de mejora de la vida para hacerla más intensa, auténtica y justa se ha de notar en estos escritos. Y no penséis sólo en la vida más estrictamente personal o privada sino que espero escribir también de asuntos de vida pública, ya que una de las dimensiones vitales de la persona es la que da a la sociedad, al mundo en que vive, en definitiva el ciudadano que es.

Otro motivo que también justifica el título de esta bitácora es algo que no se debe olvidar: que la teoría es para la práctica; lo cual es tan cierto como que no hay una práctica suficientemente buena que no esté fundamentada en una buena teoría, en el saber ver e interpretar acertadamente las cosas. Un “acierto práctico” sin este fundamento en una buena visión tiene los pies de barro y puede fácilmente quedar inservible ante cualquier variación de la situación, de ahí su insuficiencia. Pero apenas serviría de nada quedarse solamente en esa fundamental respuesta teórica: al ser la razón para la vida y estar por tanto en ésta la justificación y la función de aquella, lo decisivo para cada cual es ir acertando con lo que hace en –y con- su vida. Esta es, pues, una decisiva finalidad de mis escritos, me sirven para vivir como mejor creo y puedo, para hacer lo que tengo que hacer. Y, al servirme a mí, tal vez mis pensamientos y visiones puedan ser útiles también para hacer reflexionar a alguien más.

Pretendo, por tanto, que mi pensamiento pueda servir para entender mejor y, no menos, para ser mejor y para vivir mejor. Por eso, a la par que intento comprender, capturar con la razón parcelas de realidad viva, no es para mí menos importante llevar a la realidad mi pensamiento, vivirlo, ser consecuente con él, no conformándome con dejarlo escrito. Insisto, lo que más importa es la vida, saber vivir acertadamente, y ello es lo que justifica el pensar. Tanto es así para mí que se me pasó por la cabeza llamar a estas páginas Para una vida óptima.

No podían faltar en el comienzo de esta aventura intelectual y vital aquellos a quienes considero mis grandes maestros en el uso de la razón e inspiradores de una parte importante de mi visión de la vida. Por eso me ha complacido convocar, a través de sus palabras, a los filósofos Ortega y Marías, quienes significan para mí una perenne llamada al valor, la autenticidad y la responsabilidad.

Estos dos geniales hacedores de la penetrante visión de la filosofía de la razón vital, son los autores del descubrimiento y profundización de la verdadera realidad de la razón y de su inseparable conexión con la vida, de la que íntimamente deriva.

Desde mi modestísima persona, pese a mis grandes limitaciones pero por mis necesidades e ilusiones, me propongo ir avanzando en la comprensión de la realidad que me importa y en la intensificación y hondura de la vida, así cada vez mejor entendida y vivida; como el pensamiento auténtico está íntimamente ligado a la vida, ejercerlo a fondo lleva, a la par, a un incremento de la comprensión y al crecimiento personal. Así sea.

[Imagen: Luz sobre el horizonte. De Lourdes Sierra Tejada]