7 de abril de 2009

Lo que hacemos que nos pase

Ortega y el niño

Me gusta la siguiente definición de la vida que dio Ortega, tan sencilla como acertada: la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Partiendo de esta breve fórmula podemos hacer interesantes análisis de nuestra vida y de las situaciones por las que va pasando. Y como “vivir –añadía certeramente nuestro filósofo- es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”, en tales análisis no sólo nos deberíamos preguntar por lo que efectivamente hacemos sino más aún por lo que podemos hacer, por las posibilidades reales ante una situación concreta.

Algunas veces, para mi uso personal, he comparado la vida al juego del ajedrez, y ello guarda también cierta equivalencia con la orteguiana descripción; porque en efecto nuestra existencia viene a ser un gran tablero ajedrecístico en el que el mundo y nosotros vamos moviendo nuestras respectivas piezas; él nos hace sus jugadas –y hasta jugarretas- y nosotros movemos nuestras piezas, usamos nuestros recursos, para responderle o para buscar con iniciativa lo que queremos que pase. Claro que nuestra vida tiene múltiples trayectorias, y por eso yo la comparo, más que a una simple partida de ajedrez, a una gran partida de partidas simultáneas de ajedrez interrelacionadas entre sí. Pero no es ahora oportuno extenderse sobre esto.

Imagen: Ortega parece transmitir el marino sonido de la caracola a un niño  

Aprovechemos, no obstante, esta reflexión para subrayar que “la vida”, que resulta que es “nuestra vida”, o más exactamente lo que cada uno de nosotros llama mi vida, es algo que no sólo nos interesa teóricamente sino de un modo fundamentalmente “práctico” (como sabía muy bien el gran teórico Ortega), y de ahí que sea misión básica del pensamiento hacer que la vida a la que sirve sea satisfactoria para sí misma; lo cual para mí quiere decir coherente con quien realmente soy y tan feliz como sea posible. Pues bien, meditando la fórmula de Ortega y complementándola, acuñé hace tiempo otra definición que en cierto sentido me resultaba más práctica: la vida es, en muy considerable medida, lo que hacemos que nos pase.Pensador en el tablero

Creo que es una fórmula más práctica porque, si se mira bien la realidad propia desde ella, da útil explicación de por qué nos ocurren infinidad de cosas y, sobre todo, porque ayuda a movilizar efectivamente esa vida haciendo tomar conciencia de nuestra responsabilidad en ella y, consiguientemente, a hacernos cargo de la misma tratando de tomar las mejores decisiones e iniciativas para que sea lo más parecida a lo que deseamos que sea –si sabemos y nos atrevemos a poner en claro con nosotros mismos qué deseamos realmente. Se trata de una idea que suscita la esperanza activa, que incita a la acción responsable, que invita a tomar en nuestras manos nuestra vida para tratar de hacerla efectivamente muy nuestra y “muy vida”, es decir, auténtica e intensa. Usando de nuevo la analogía ajedrecística, pongo el peso en el activo jugador vital que somos, en el movimiento inteligente, previsor, audaz, de nuestras piezas.

La definición que propongo no es sólo una síntesis máxima de algo que en la realidad de la vida humana efectivamente ocurre, sino que además se trata precisamente de lo que más nos importa tener en cuenta, ya que nos hace tomar conciencia –y uso- de nuestra capacidad de transformación de la propia realidad, de mejora personal, de aprovechamiento de nuestras posibilidades. Reparad, por cierto, en que matizo ese “lo que hacemos que nos pase” con la expresión “en muy considerable medida”. Creo que efectivamente esa proporción es muy alta; pero, además, podríamos aquí aprovechar otro sentido de la palabra considerable, añadiendo que también ese punto de vista sobre la vida que refleja la definición es el que más frecuentemente deberíamos tomar en consideración, puesto que es el que nos va a permitir acercarnos a nuestro mejor vivir, a nuestras acciones vitales óptimas.

Fijémonos en que al señalar el grado en que es aplicable la definición (“en gran medida”) estoy a la par haciendo una salvedad, dejando constancia de que hay otros ingredientes que también influyen en la configuración y el resultado de nuestro paso por la existencia. Por ejemplo, los elementos de nuestra circunstancia que no elegimos y con los que en principio tenemos que hacer necesariamente nuestra vida: así, podríamos decir que yo no he elegido nacer en una determinada familia, ni ser español, ni ser andaluz, ni las condiciones que provienen de mi cuerpo o de mi fisiología, ni ser varón, ni, por ejemplo, las tendencias iniciales de mi carácter; pero, si se piensa bien, sí puedo elegir el modo en que voy a tomar todo eso, cómo lo voy a ser, o en determinados casos incluso cómo lo voy a transformar: así, hay quienes adoptan profundamente una nacionalidad distinta a la de origen (sin que ello signifique forzosamente perder esta primera), hay quienes modifican extraordinariamente el carácter desarrollado en su infancia y aun el de su madurez, hay quienes varían radicalmente su cuerpo, e incluso la identidad sexual desde la que viven, quienes se crean una “familia real” de más fuertes vínculos que la “natural”, etc. Las posibilidades sociales y técnicas que brinda nuestra época hacen más patente y más frecuente esta capacidad de la libertad humana de superar límites en la búsqueda del propio destino personal, el que cada cual se forja a sí mismo –como bien sabía Cervantes, gran amigo de la libertad: “tú mismo te has forjado tu destino”. Volvemos así a la decisiva importancia de lo que hacemos que nos pase, incluso en facetas en que podría parecer que pesa más lo que hemos recibido o heredado.

Otro ingrediente cuyo peso en la vida humana no hay que olvidar es el azar (si bien muchas personas denominan azar –o llaman frecuentemente “mala suerte”-, a lo que ellas mismas provocan con sus actitudes, actos y omisiones). Porque ciertamente nos acaecen hechos muy importantes o muy graves para nuestra vida en los que el azar interviene como “primer actor”: pero primer actor, yo puntualizaría, por orden de aparición en escena, no necesariamente por orden de importancia en los resultados que ese suceso tendrá para nuestra vida. Por ejemplo, el azar interviene efectivamente al poner un día en nuestro camino a la mujer o al hombre de quien nos enamoramos, pero somos nosotros quienes decidimos el modo de intentar vivir esa vocación personal –o hasta el renunciar a ella; no se elige tener una vocación concreta, pero sí si la seguimos o no, y de qué manera lo hacemos respondiendo a la situación en que nos encontremos. Somos nosotros quienes vamos desarrollando nuestras vocaciones y aficiones mejor o peor a lo largo de nuestra biografía, acaso llevándolas a su plenitud, tal vez siguiéndolas en escasa medida o ignorándolas.

Se podrá objetar que hay acontecimientos completamente azarosos que se imponen a nuestra vida y ante los que “nada podemos hacer”. Tal vez se nos ponga de ejemplo un grave atropello o accidente del que no seamos causantes –ni tan siquiera parcialmente- o una enfermedad como un cáncer. Quitando los casos en los que el que padece el mal tiene una parte mayor o menor en su causa (como quien iba conduciendo sin la debida atención o prudencia, o como el fumador empedernido que contrae –más bien se genera- cáncer de pulmón), podríamos decir que efectivamente hay casos “puros” en que la persona no tiene la menor responsabilidad ni influencia en lo que le ha pasado. Pues bien, incluso ante tales circunstancias hay radicales diferencias entre personas en el modo de hacerles frente, de manera que lo que parecen en principio situaciones similares se acaban diferenciando, como la luz y la oscuridad, en función de la actuación personal de quienes las han padecido. También en ellas es trascendental lo que hacemos que nos pase. En este caso, lo que hacemos con lo que nos pasa cuando esto es muy dramático o incluso trágico. (Lo mismo se puede afirmar, por cierto, para el caso del enamoramiento no correspondido).Christopher Superman

Pensemos en los casos admirables de personas que han luchado con coraje y tenacidad impresionantes en situaciones en las que sería fácil hundirse, rendirse, abandonarse sin intentar realizar las mejores posibilidades que se mantengan. Podemos citar el conmovedor caso de Christopher Reeve, el actor que interpretó al famoso “superhéroe” Superman, y que luego actuó superándose heroicamente en una memorable lucha contra una cruel tetraplejia ante la que no se rindió, conquistando considerables e inesperados logros físicos y personales (inesperados para otros, no para él, que los procuró con ahínco). No menos conmovedora es la tremenda y porfiada lucha de los Odone, cuya historia se muestra en la película “Lorenzo´s oil: el aceite de la vida”; su pequeño hijo estaba condenado a morir en plazo breve por una enfermedad llamada adrenoleucodistrofia, y el matrimonio (lego en cuestiones médicas) se puso a investigar por su cuenta para salvar a Lorenzo, a quien los médicos daban sólo dos años de vida; y lo lograron: tras una denodada investigación encontraron el modo de salvarlo, para sorpresa de los médicos. Otros casos “milagrosos”, como el de la increíble recuperación de Morris Goodman (conocido en los Estados Unidos como “el hombre milagro”) tras un accidente de avioneta, muestran hasta qué extremos puede llegar el ser humano con la fuerza de su mente, de su fe, de su coraje y su perseverancia. Este hombre, con la médula espinal aplastada, las dos primeras vértebras cervicales rotas, que únicamente podía mover sus párpados, a quien le pronosticaron que ya sólo podría vivir con respiración asistida y con apenas más movilidad que la de un vegetal, logró con la fuerza de su mente salir del hospital en menos de diez meses, tal y como se propuso. Estaba convencido de que “el hombre se convierte en lo que piensa”.

Pienso que incluso ante una muerte inesperada “se pueden hacer cosas” por parte de quien la sufre. Quiero decir que se pueden (y se deben) haber hecho. Si vivimos teniendo en cuenta de veras que eso nos puede ocurrir cualquier día, sin dar por supuesto que viviremos “lo normal”, que nos queda una larga existencia para hacer lo que queramos, en suma, si seguimos aquel consejo de Marco Aurelio de que no vivamos como si tuviésemos mil años por delante, entonces procuraremos fuertemente ir dedicando nuestros días –días contados, aunque no sepamos cuántos nos quedan- a aquello que de verdad puede hacer que la vida nos merezca la pena, esa pena que más tarde o más temprano a todos nos va llegando. Se me ocurre resumirlo proverbialmente: quien no se confía y su morir pre-siente, aprovechará para bien vivir su presente.

En todo caso, quien se construye una personalidad fuerte, aunque no evite que algunos sucesos negativos le pasen, sí suele conseguir que no le sobrepasen. Porque mientras quede en pie nuestra personalidad siempre podremos influir poderosamente en cómo nos pasan. Tanto, que se llega a vivencias radicalmente diferentes según nuestras actuaciones y actitudes, de modo que en este sentido es muy distinto lo que nos pasa según lo que nosotros hacemos con ello. Así, ante la misma grave situación frente a la que una persona se abandona y se entrega pusilánimemente a lo peor, otra logra vivirla, en cambio, realizando en sí la inmensa capacidad de lucha, de amor, de esfuerzo, de orgullo y de dignidad que posee el ser humano, y que constituye uno de sus más admirables timbres de gloria.

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La fotografía de Ortega y Gasset junto al niño es obra de Nicolás Muller y ha sido obtenida en la página http://lacomunidad.elpais.com/el-mundo-del-transporte-/category/mis-fotografos-preferidos

La imagen de “El ajedrez en la vida” se encuentra en la página http://jm-pascual.blogspot.com/2008/04/la-luz-entre-tinieblas-el-ajedrez-en-la.html

La imagen de Chistopher Reeve ha sido obtenida en la página http://muldercomics.blogspot.com/2008_09_01_archive.html

21 de marzo de 2009

Poder de la constancia

La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia.

OvidioDiscóbolo de Mirón

En la nunca acabada formación de nuestra persona y en la construcción de nuestra vida cada acto cuenta, cada gota  contribuye al resultado. Somos artífices que van esculpiendo la gran obra que es la vida con cada uno de los golpes de cincel que son nuestros actos y actitudes. Todo aquello a lo que decidimos dedicar nuestro tiempo, así como la manera como lo hacemos, importa: nos acerca o nos aleja en relación con lo que verdaderamente estamos llamados a ser, hacer y vivir. Quien cuida cada paso de su vida orientándolo coherentemente con lo que en su fondo desea, sabiendo que con ello está dando forma a sus logros personales, es quien se mantiene en forma, el estado que precisamente le puede llevar a la consecución de sus metas; así ocurre con el deportista que tiene buen cuidado de todo lo que hace y deja de hacer, con la vista puesta en el objetivo de la victoria olímpica. Entre quien no cesa de dar buenos pasos en la dirección de sus proyectos vitales auténticos y quien una y otra vez se para, se distrae o se desvía de su camino, pronto se crean enormes distancias. Las que finalmente separan las vidas mejores y más fecundas de las mediocres y poco aprovechadas.

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La imagen del Discóbolo de Mirón ha sido extraída de la página http://www.profesorenlinea.cl/ .

10 de febrero de 2009

Decisivo para la felicidad

A Ana, amorosa persona y entrañable amiga “de toda la vida” –de la vivida y la por vivir.

Para que alguien dé felicidad hay que tratarlo como persona; si lo tratamos de otro modo podrá dar trabajo, servicio, placer, pero no felicidad. Y podrá dar tanta más cuanto más rigurosamente personal sea su función en nuestra vida. Por esto la felicidad está condicionada en su máxima parte por las relaciones personales, y el factor decisivo para el grado que se logre es la aptitud y la vocación que se tenga para ellas.

Si se tiende la mirada sobre las personas a quienes se conoce bien, se ve cómo la probabilidad de felicidad –no digo realidad porque esta depende de las circunstancias exteriores, del azar, de mil cosas más- está condicionada por su aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas.

(Julián Marías, La felicidad humana, pp. 285-286)

Quiero reiterar la última expresión de la cita: el factor decisivo para nuestra felicidad –nos dice este maestro que tanta felicidad logró vivir- es nuestra aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas. No nos confundamos pues: no se trata de relaciones sociales cualesquiera sino de las verdaderas relaciones personales, en las que hay auténtico interés por la otra persona, alguna intimidad con ella, en las que se la imagina y de algún modo se sigue el curso de su vida, que nos importa; a lo que se añade algo vital (en doble sentido: trascendental y vivido realmente): se estima a esa persona, se la siente como valiosa para uno, se busca y se degusta, por tanto, su compañía por lo que esta nos aporta personalmente.

Interesa también la distinción entre las relaciones fundamentalmente utilitarias, en las que ante todo se busca algo, y las  relaciones en rigor personales, en las que lo que se busca principalmente es a alguien. Como señala Julián Marías, sólo estas últimas nos pueden dar alguna felicidad –la cual hay que distinguir del placer, la alegría y otras realidades que pueden tener alguna relación con ella, pero que no son propiamente felicidad. La diferenciación entre las relaciones estrictamente personales y las utilitarias (entre las cuales existen en la realidad formas intermedias) conviene hacerla no solo teóricamente, sino también en nuestro vivir. Tanto para aclararnos qué buscamos realmente de otras personas concretas como para ver qué quieren ellas de nosotros.

Chiste de ÁlvaroSe puede pasar por la vida sin hacer la experiencia de lo que es una verdadera y profunda relación personal, sea por una visión utilitaria de la vida, por superficialidad, por vivir perdido entre las cosas (que son innumerables en nuestra época, en la cual esta tentación es mayor que en otras), lo que puede producir incluso una cosificación de la persona, o por orientarse básicamente al logro de una ambición que actúe en forma despersonalizadora, sea el dinero, el poder, el sexo, la fama, etc. Se padecería en estos casos una minusvalía del alma que priva de un ingrediente esencial del ser persona, hasta el punto de que, en cierto sentido, ello es una forma radical de que el hombre esté más enfermo y sea más inseguro que ningún otro animal –como afirmaba Nietzsche-, puesto que puede vivir sin apenas ser lo que profundamente es, sin cumplir su amoroso destino. Al cabo, como vio perspicazmente otro de los filósofos irracionalistas y grandes valoradores de la vida, Unamuno: “Una persona aislada dejaría de serlo: ¿a quién, en efecto, amaría?”.dicksee-romeo_and_juliet

No perdamos de vista que, sin embargo, las maneras intensas de relacionarse personalmente conllevan también la  posibilidad del dolor, como ocurre en los casos de pérdida o de decepción. Cuanto más hondo es el pozo interior que podemos llenar de dicha, también es mayor el doloroso vacío en que puede quedar. Pero es un grave error no arriesgarse a intentar ser felices con tal de evitar el dolor. He dicho a veces que quien para evitar la posible amargura se coloca una espiritual armadura, tal vez evite con esta la puñalada, pero no menos la caricia. A aquellos que por su miedo toman este gris camino, se les podrían decir estas líricas palabras de Gibrán Khalil Gibrán: os dirigís “hacia un mundo sin primavera, donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas”.

Por otro lado, la experiencia nos muestra que las otras personas no nos pueden ser equivalentes entre sí, que significan muy distintas realidades y posibilidades para nosotros. Por ello es muy importante saber escoger a las personas que introducimos en nuestro mundo personal, procurando que nos sean verdaderamente estimables, sin engañarnos ni dejarnos engañar. Es recomendable ejercer el “derecho de admisión” con respecto a hasta qué zona de la propia vida dejamos penetrar a quienes entran en ella.

No está de más preguntarse alguna vez honestamente si de veras estimamos en el fondo a cada una de las personas con quienes mantenemos trato cercano, lo bastante para el tipo de relación que guardamos con ellas, o si de algún modo nos hemos dejado llevar, por miedo a la desaprobación, por sustituir la realidad por nuestros deseos, porque importe más “lo que debe ser” que lo que en verdad es, por inercia o por lo que sea, pero faltos de última convicción de que nos merece la pena una verdadera relación personal.

En general, hay que tener en cuenta lo que podría llamarse el ajuste de relaciones. Hay, por ejemplo, personas en las que encontramos algunas cualidades positivas, con las que simpatizamos en algún grado, pero que tal vez no llegan a satisfacernos de un modo que haga aconsejable una amistad muy profunda y frecuentada; pero también podemos “dejar escapar” a alguien con quien sí podríamos vivir ésta muy intensa y enriquecedoramente, alguien cuya amistad “nos pertenecía” (las relaciones que son o contienen una amistad profunda son una vocación y, como ocurre con toda vocación, la podemos seguir o nos podemos desviar de ella, somos libres para lo uno y lo otro). Es necesario el tacto para no pasarse ni quedarse corto en la forma de cada relación personal; es menester dar a cada relación su verdadero lugar –y su correlativa dedicación- porque los errores, sean por exceso o por defecto, se pagan, haciéndonos perder una dosis de autenticidad y de intensidad vitales.

Nuestro tiempo, nuestra capacidad de atención y nuestras energías son limitados, por ello hemos de saber seleccionar a quiénes se los dedicamos. El tiempo que compartimos innecesariamente con personas que en realidad no nos convencen o con quienes no tenemos suficiente afinidad se lo estamos restando a otras personas que nos pueden aportar mucho más, y no pienso sólo en las que ya conocemos, sino también en las que podríamos conocer si nos diésemos tiempo y oportunidad. Me parece criterio principal para acertar en nuestras elecciones el de la calidad personal, la cual suele tener no poco que ver con la calidez personal. Atender o no a esto tiene notables consecuencias con respecto a la contextura de nuestro vivir y nuestras posibilidades de felicidad.

Los errores en los aspectos que he comentado pueden erosionar la confianza y la apertura a los demás. Hay quienes se encastillan o se retraen, apartándose de la posibilidad de fecundas relaciones personales, debido a sus malas experiencias pasadas. Estas requieren un análisis inteligente y veraz para tratar de aprender de los errores y transformar la negativa experiencia en positivo saber para futuras ocasiones, un saber que nos haga más perspicaces y nos ayude a mantener la necesaria apertura a las personas que pueden merecernos la pena. Y en esa calibración de lo ocurrido conviene preguntarse con humildad, con sana disposición autocrítica, si nosotros no tendremos algo que ver en lo acontecido, si por ejemplo nos hemos dado personalmente o no, si hemos puesto con generosidad nuestra persona para que la relación haya funcionado dando de sí lo que acaso podría.

Para ver con mayor claridad el estado de nuestro mundo personal podemos preguntarnos: ¿quiénes me son plenamente personas en mi vida? Se me ocurre sugerir el siguiente criterio: quien me importa por sí mismo, no solamente por la cara de su vida que da a mí, no exclusivamente por su relación conmigo. Cuando sentimos a alguien como persona nos interesa conocer, e imaginamos en alguna medida (tanto mayor cuanto más nos funcione como persona), “la novela de su vida” y, si la queremos, lo hacemos sintiendo que nos importa su felicidad.

En cuanto a la aptitud para las relaciones personales, hemos de tener en cuenta que una parte de ella consiste en la capacidad de mostrarse auténticamente al otro, de comunicar la propia persona, de transmitir en algún grado la propia vida. Las relaciones dignas de llamarse personales en un sentido profundo son una vocación en la que se desea dar lo que se es (una parte de lo que se es o incluso la integridad, dependiendo del tipo de relación), a la par que se recibe la realidad personal del otro, para producir una gozosa y valiosa interpenetración personal.

niño-madreTambién forma parte de la aptitud citada la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir como  nuestras (o casi) sus alegrías, sus penas y sus proyectos vitales, la capacidad de simpatía y compasión. La querida amiga a la que está dedicado este artículo es un excelente ejemplo de lo que señalo: posee esa preciosa capacidad de sentir al prójimo, y es evidente su potencial de felicidad, que afortunadamente ha ido pudiendo actualizar en su vida con no poca frecuencia e intensidad. Soy deleitado testigo de la ilusión y hasta la efusión de esta mujer por sus personas queridas –entre las que tengo la dicha de contarme-, y esas “emocionales emanaciones” son clara señal de su aguda vocación por las relaciones personales. Y no olvidemos, por cierto, que la ilusión por otras personas es ya, en sí, una forma de felicidad.

Os invitaría, si me lo permitís, a considerar personalmente –cómo no- las palabras de Marías, en forma de preguntas sobre la propia persona y vida. ¿He desarrollado yo mucha o poca aptitud para las relaciones verdaderamente personales y valiosas?; ¿qué veo acerca de ello cuando miro mi vida, qué actitudes suelo tener ante mis diversas relaciones con otras personas, incluyendo las que se me ofrecen como posibles?; ¿me gusta mantener vivas relaciones fuertemente personales, las busco activamente, estoy abierto a ellas?; ¿soy consciente de que son realmente factor clave para el grado de felicidad que pueda alcanzar? (aunque acaso no lo sean siempre para mi comodidad o mi seguridad). Y la pregunta que no debe faltar: ¿qué puedo hacer si no estoy del todo contento con esta fundamental dimensión de mi vida para mejorarla? Porque no olvidemos que las aptitudes se pueden mejorar y desarrollar, y las vocaciones se pueden descubrir, fomentar, cultivar.

La respuesta, no ya intelectual sino vital, a estas preguntas, sin duda marca profundas diferencias entre personas –entre las que lo son con algún grado de insuficiencia y las que llegan a ser persona con plenitud.

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Ilustraciones:

Chiste de Álvaro en http://marucanales.wordpress.com/2008/07/21/la-felicidad/

Cuadro de Romeo y Julieta (del pintor Frank Dicksee) en http://www.alchimea.it/images/dicksee-romeo_and_juliet.jpg

Niño y madre, en: http://ecodiario.eleconomista.es/ciencia/noticias/401138/03/08/La-felicidad-no-se-compra-se-hereda.html

17 de enero de 2009

Si quieres...

Si quieres recibir amor, da tú realmente amor. Porque a aquel que se convierte en amor, el Amor lo encuentra, lo   reconoce, y se entrega a él.Desde los afectos... por Maria_MM

Si quieres que tu cuerpo te trate bien, trata tú bien a tu cuerpo.

Si quieres que tu alma te trate bien, trata tú bien a tu alma.

Y recuerda que el uno y la otra se ayudarán y potenciarán o se estorbarán y se menguarán, porque son dos amigos inseparables que comparten y se contagian sus alegrías y sus tristezas, y que se prestan sus fortalezas y sus flaquezas.

Si quieres que el mundo te sonría sinceramente, sonríele auténticamente tú al mundo.

Si quieres que la belleza te regale los ojos y el corazón, extrae y regala la belleza que hay en ti.

Si quieres que tu circunstancia trabaje esmeradamente para ti, trabaja tú con esmero para tu circunstancia.

Si quieres que las personas te den lo que a ti te interesa, busca tú darles algo que verdaderamente les interese a ellas.

Si quieres que el mundo te dé abundante riqueza, encuentra y dale tu abundante riqueza al mundo.

Si quieres que la vida sea generosa ofreciéndote sus bienes, genera y ofrece tus bienes para la vida de otras personas.

Si quieres que la felicidad huésped entre en tu casa, ten viviendo en ella a tu felicidad anfitrión.

Porque los espíritus vivos que tú emanas y lanzas al mundo buscan, en su recorrido de boomerang, unirse a sus pares, y regresar, con ellos enlazados, a tu alma lanzadora.

AMA de boyfir3 Sólo si das de verdad, podrás recibir verdaderamente. ¿Cómo no va a ser así, si hasta saber recibir es una forma de dar?

Sólo si alguien busca a la persona del otro, podrá haber encuentro personal. ¿Y cómo se puede ser a fondo persona, si no es amando a otras personas?

Sólo si alguien toma sobre sí la iniciativa, se podrá llegar a un inteligente buen fin. ¿Y cómo mejorar la realidad si no es actuando sobre ella, y por qué no vas a hacer lo que tu mejor yo dice que te pertenece?

Probablemente no siempre recibiremos todas las respuestas mencionadas, sobre todo a corto plazo, porque en la vida del hombre influyen otras potencias, como el azar o los males naturales, como el error o la ignorancia, como la pereza o la irresponsabilidad, como el abuso o la maldad.

Pero si quieres lo mejor: lo que desees para ti, ponlo tú primero.

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[La fotografía que muestra el bello y dorado camino sobre las aguas es de Maria_MM, que la tituló “Desde los afectos”, y se puede encontrar en http://www.flickr.com/photos/7770202@N08/1860433118/ ]

[La composición del “cielo cordial” se titula “AMA” y es de boyfir3; si observáis, esa especie de avión que surca el claro del corazón, contiene las letras mayúsculas AMA, y ciertamente quien AMA de veras, está viajando con la compañía aérea que más alto puede volar; esta imagen puede encontrarse en http://www.flickr.com/photos/boyfir3/2264522765/ ]

¿Alguna vez habéis pronunciado, pensado o sentido las palabras “he fracasado”? ¿Las habéis escuchado de alguna  Triunfo y fracaso por World Cafe Europepersona apreciada por vosotros? Ocurre en ocasiones que la impresión subjetiva no se corresponde con una consideración suficientemente justa y humana de la persona y su actuación.

Fracasar es no luchar todo lo debido. Fracasar es rendirse, desistir de aquello a lo que estamos llamados, no hacer todo lo posible e incluso intentar “lo imposible” por realizar lo que en el fondo somos, necesitamos, queremos de verdad. No es principalmente una cuestión de resultados, de logros, de que las cosas salgan como deseamos. Fracasar no es no llegar a una meta, sino no haber seguido entregadamente nuestro camino. Fracasar no es quedar por debajo de otros, sino vivir por debajo de sí mismo.

Quien hace con toda su alma y todas sus fuerzas lo que de verdad cree que debe hacer para lograr que su vida sea auténticamente suya y en la medida posible feliz (o dicho de otra manera, para realizar sus mejores proyectos personales) ya está logrando el triunfo de sí mismo, está sacando y dando lo mejor de sí. No se puede pedir más. Sólo que además, al no ceder ante las adversidades, las frustraciones y los fracasos en la realización, y seguir haciendo con su mejor voluntad y ánimo lo que en el fondo siente que tiene que hacer, puede conseguir realizaciones inesperadas, logros que parecían increíbles o muy difíciles, y a los que nunca llegarán los que se dejan vencer.

En cualquier caso, observemos que ni todo lo que tiene éxito tiene valor, ni todo lo que tiene valor tiene éxito. Y si  hubiera que elegir lo uno o lo otro, me parece preferible la segunda opción. Entre otras razones, porque hay que tener Mariposa monarca por kulykaen cuenta que no pocas veces el tiempo actúa como buen juez que pone las obras y las personas en su justo sitio, haciendo con las valiosas como con la oruga que construyó pacientemente su capullo, a la que un buen día vemos emerger convertida en una bella mariposa que vuela alto. Pero hay algo que me importa más aún: pienso que más vale vivir y hacer lo que deseamos con autenticidad, aunque sea sin reconocimiento social, que lograr un éxito (generalmente superficial y pasajero) a costa de falsificarse.

[El dibujo “Triunfo y fracaso” es de World Café Europe y está en http://www.flickr.com/photos/8007839@N02/2723495312/ ]

[La foto de la mariposa monarca es de kulyka y está en http://www.flickr.com/photos/14113303@N07/3063556198/ ]