Con el título de este blog pretendía sugerir varias ideas, algunas de las cuales fueron comentadas en la primera entrada del mismo. Quiero recordar ahora que hay un sentido de la expresión “tener una razón para la vida” –o varias razones- que es el de poseer algún fuerte motivo por el que vivir, una profunda ilusión que vivifique nuestros días, una gran pasión que nos impulse en el diario navegar; los latinos llamaban a estas radicales motivaciones “las causas de vivir”. Por eso se pueden decir, con sentido, frases como “ella era la razón de mi vida”. Por cierto, tales expresiones se suelen decir más en pretérito, ante la pérdida de la persona amada, porque es cuando falta ese gran motivo para vivir cuando se suele sentir más agudamente que “ella” estaba detrás de todo, como una gran raíz proveedora de los nutrientes necesarios para la savia de nuestro árbol de la vida, un elemento vital para sus frutos y sus flores.
Por otro lado, una razón sana y enérgica posee una raíz biográfica que es el afán de realidad, es decir, el deseo y el gusto por gozar, vivir, experimentar, absorber muchas realidades y posibilidades que podemos encontrar en nuestra circunstancia. Y diría más aún: la razón más profunda, con más capacidad de ver, es la que mira desde el amor a la realidad.
Pues bien, ese afán de realidad caracteriza a las pasiones positivas, las que nacen de alguna forma de buen amor. (¿No tienen también cierto afán de realidad los apasionamientos patológicos, como fuertes atracciones por algo concreto que son? Yo respondería que sí, pero un afán enfermizo, excesivo o maniático, pasando la pasión a convertirse en adicción por algo o por alguien).
Precisamente la pasión por algunas realidades valiosas es muchas veces la impulsora del ejercicio de la razón para entenderlas. Nutre así la pasión a la razón, pero a la vez ésta sirve al amor, porque al avanzar en la comprensión de algo lo podemos amar más profunda e intensamente, más de verdad al hacerlo desde más verdad.
En el reverso del amor que busca la clarividencia, está la actitud de quien ama temiendo que la verdad de lo amado le desilusione y le lleve al desengaño en cualquier momento, y así padece tratando de sostener un amor débil y frágil.
Personalmente, me importa tanto la dimensión de profundidad como la de intensidad de la vida y, por consiguiente, me interesan, tanto como la razón, la vitalidad, los sentimientos, la pasión. Para mí, una vida que merece la pena es una vida llena de entusiasmo inteligente o, visto a la inversa, vivida desde una entusiasta y amorosa razón.
Estas valoraciones se habrán de notar en aquellas realidades y cualidades que se tratarán de atender y entender, así como de favorecer y fomentar, desde esta bitácora.
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Nota risueña: ¿Se os ocurre dónde he escrito estas ideas? ¡En la sala de espera del dentista! Podríais imaginar que es un lugar muy propenso para pensar en la pasión, pero en su sentido de sufrimiento o padecimiento, como cuando se habla de la pasión de Cristo. Mas no hubo tal “inspiración”. Se trata, en cambio, de una muestra de cómo me gusta aprovechar fecundamente mi tiempo: por quererlo lleno de vida (incluyendo vida intelectual) intento evitar todo “tiempo muerto”.
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