10 de febrero de 2009

Decisivo para la felicidad

A Ana, amorosa persona y entrañable amiga “de toda la vida” –de la vivida y la por vivir.

Para que alguien dé felicidad hay que tratarlo como persona; si lo tratamos de otro modo podrá dar trabajo, servicio, placer, pero no felicidad. Y podrá dar tanta más cuanto más rigurosamente personal sea su función en nuestra vida. Por esto la felicidad está condicionada en su máxima parte por las relaciones personales, y el factor decisivo para el grado que se logre es la aptitud y la vocación que se tenga para ellas.

Si se tiende la mirada sobre las personas a quienes se conoce bien, se ve cómo la probabilidad de felicidad –no digo realidad porque esta depende de las circunstancias exteriores, del azar, de mil cosas más- está condicionada por su aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas.

(Julián Marías, La felicidad humana, pp. 285-286)

Quiero reiterar la última expresión de la cita: el factor decisivo para nuestra felicidad –nos dice este maestro que tanta felicidad logró vivir- es nuestra aptitud y vocación para las relaciones estrictamente personales y valiosas. No nos confundamos pues: no se trata de relaciones sociales cualesquiera sino de las verdaderas relaciones personales, en las que hay auténtico interés por la otra persona, alguna intimidad con ella, en las que se la imagina y de algún modo se sigue el curso de su vida, que nos importa; a lo que se añade algo vital (en doble sentido: trascendental y vivido realmente): se estima a esa persona, se la siente como valiosa para uno, se busca y se degusta, por tanto, su compañía por lo que esta nos aporta personalmente.

Interesa también la distinción entre las relaciones fundamentalmente utilitarias, en las que ante todo se busca algo, y las  relaciones en rigor personales, en las que lo que se busca principalmente es a alguien. Como señala Julián Marías, sólo estas últimas nos pueden dar alguna felicidad –la cual hay que distinguir del placer, la alegría y otras realidades que pueden tener alguna relación con ella, pero que no son propiamente felicidad. La diferenciación entre las relaciones estrictamente personales y las utilitarias (entre las cuales existen en la realidad formas intermedias) conviene hacerla no solo teóricamente, sino también en nuestro vivir. Tanto para aclararnos qué buscamos realmente de otras personas concretas como para ver qué quieren ellas de nosotros.

Chiste de ÁlvaroSe puede pasar por la vida sin hacer la experiencia de lo que es una verdadera y profunda relación personal, sea por una visión utilitaria de la vida, por superficialidad, por vivir perdido entre las cosas (que son innumerables en nuestra época, en la cual esta tentación es mayor que en otras), lo que puede producir incluso una cosificación de la persona, o por orientarse básicamente al logro de una ambición que actúe en forma despersonalizadora, sea el dinero, el poder, el sexo, la fama, etc. Se padecería en estos casos una minusvalía del alma que priva de un ingrediente esencial del ser persona, hasta el punto de que, en cierto sentido, ello es una forma radical de que el hombre esté más enfermo y sea más inseguro que ningún otro animal –como afirmaba Nietzsche-, puesto que puede vivir sin apenas ser lo que profundamente es, sin cumplir su amoroso destino. Al cabo, como vio perspicazmente otro de los filósofos irracionalistas y grandes valoradores de la vida, Unamuno: “Una persona aislada dejaría de serlo: ¿a quién, en efecto, amaría?”.dicksee-romeo_and_juliet

No perdamos de vista que, sin embargo, las maneras intensas de relacionarse personalmente conllevan también la  posibilidad del dolor, como ocurre en los casos de pérdida o de decepción. Cuanto más hondo es el pozo interior que podemos llenar de dicha, también es mayor el doloroso vacío en que puede quedar. Pero es un grave error no arriesgarse a intentar ser felices con tal de evitar el dolor. He dicho a veces que quien para evitar la posible amargura se coloca una espiritual armadura, tal vez evite con esta la puñalada, pero no menos la caricia. A aquellos que por su miedo toman este gris camino, se les podrían decir estas líricas palabras de Gibrán Khalil Gibrán: os dirigís “hacia un mundo sin primavera, donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas”.

Por otro lado, la experiencia nos muestra que las otras personas no nos pueden ser equivalentes entre sí, que significan muy distintas realidades y posibilidades para nosotros. Por ello es muy importante saber escoger a las personas que introducimos en nuestro mundo personal, procurando que nos sean verdaderamente estimables, sin engañarnos ni dejarnos engañar. Es recomendable ejercer el “derecho de admisión” con respecto a hasta qué zona de la propia vida dejamos penetrar a quienes entran en ella.

No está de más preguntarse alguna vez honestamente si de veras estimamos en el fondo a cada una de las personas con quienes mantenemos trato cercano, lo bastante para el tipo de relación que guardamos con ellas, o si de algún modo nos hemos dejado llevar, por miedo a la desaprobación, por sustituir la realidad por nuestros deseos, porque importe más “lo que debe ser” que lo que en verdad es, por inercia o por lo que sea, pero faltos de última convicción de que nos merece la pena una verdadera relación personal.

En general, hay que tener en cuenta lo que podría llamarse el ajuste de relaciones. Hay, por ejemplo, personas en las que encontramos algunas cualidades positivas, con las que simpatizamos en algún grado, pero que tal vez no llegan a satisfacernos de un modo que haga aconsejable una amistad muy profunda y frecuentada; pero también podemos “dejar escapar” a alguien con quien sí podríamos vivir ésta muy intensa y enriquecedoramente, alguien cuya amistad “nos pertenecía” (las relaciones que son o contienen una amistad profunda son una vocación y, como ocurre con toda vocación, la podemos seguir o nos podemos desviar de ella, somos libres para lo uno y lo otro). Es necesario el tacto para no pasarse ni quedarse corto en la forma de cada relación personal; es menester dar a cada relación su verdadero lugar –y su correlativa dedicación- porque los errores, sean por exceso o por defecto, se pagan, haciéndonos perder una dosis de autenticidad y de intensidad vitales.

Nuestro tiempo, nuestra capacidad de atención y nuestras energías son limitados, por ello hemos de saber seleccionar a quiénes se los dedicamos. El tiempo que compartimos innecesariamente con personas que en realidad no nos convencen o con quienes no tenemos suficiente afinidad se lo estamos restando a otras personas que nos pueden aportar mucho más, y no pienso sólo en las que ya conocemos, sino también en las que podríamos conocer si nos diésemos tiempo y oportunidad. Me parece criterio principal para acertar en nuestras elecciones el de la calidad personal, la cual suele tener no poco que ver con la calidez personal. Atender o no a esto tiene notables consecuencias con respecto a la contextura de nuestro vivir y nuestras posibilidades de felicidad.

Los errores en los aspectos que he comentado pueden erosionar la confianza y la apertura a los demás. Hay quienes se encastillan o se retraen, apartándose de la posibilidad de fecundas relaciones personales, debido a sus malas experiencias pasadas. Estas requieren un análisis inteligente y veraz para tratar de aprender de los errores y transformar la negativa experiencia en positivo saber para futuras ocasiones, un saber que nos haga más perspicaces y nos ayude a mantener la necesaria apertura a las personas que pueden merecernos la pena. Y en esa calibración de lo ocurrido conviene preguntarse con humildad, con sana disposición autocrítica, si nosotros no tendremos algo que ver en lo acontecido, si por ejemplo nos hemos dado personalmente o no, si hemos puesto con generosidad nuestra persona para que la relación haya funcionado dando de sí lo que acaso podría.

Para ver con mayor claridad el estado de nuestro mundo personal podemos preguntarnos: ¿quiénes me son plenamente personas en mi vida? Se me ocurre sugerir el siguiente criterio: quien me importa por sí mismo, no solamente por la cara de su vida que da a mí, no exclusivamente por su relación conmigo. Cuando sentimos a alguien como persona nos interesa conocer, e imaginamos en alguna medida (tanto mayor cuanto más nos funcione como persona), “la novela de su vida” y, si la queremos, lo hacemos sintiendo que nos importa su felicidad.

En cuanto a la aptitud para las relaciones personales, hemos de tener en cuenta que una parte de ella consiste en la capacidad de mostrarse auténticamente al otro, de comunicar la propia persona, de transmitir en algún grado la propia vida. Las relaciones dignas de llamarse personales en un sentido profundo son una vocación en la que se desea dar lo que se es (una parte de lo que se es o incluso la integridad, dependiendo del tipo de relación), a la par que se recibe la realidad personal del otro, para producir una gozosa y valiosa interpenetración personal.

niño-madreTambién forma parte de la aptitud citada la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir como  nuestras (o casi) sus alegrías, sus penas y sus proyectos vitales, la capacidad de simpatía y compasión. La querida amiga a la que está dedicado este artículo es un excelente ejemplo de lo que señalo: posee esa preciosa capacidad de sentir al prójimo, y es evidente su potencial de felicidad, que afortunadamente ha ido pudiendo actualizar en su vida con no poca frecuencia e intensidad. Soy deleitado testigo de la ilusión y hasta la efusión de esta mujer por sus personas queridas –entre las que tengo la dicha de contarme-, y esas “emocionales emanaciones” son clara señal de su aguda vocación por las relaciones personales. Y no olvidemos, por cierto, que la ilusión por otras personas es ya, en sí, una forma de felicidad.

Os invitaría, si me lo permitís, a considerar personalmente –cómo no- las palabras de Marías, en forma de preguntas sobre la propia persona y vida. ¿He desarrollado yo mucha o poca aptitud para las relaciones verdaderamente personales y valiosas?; ¿qué veo acerca de ello cuando miro mi vida, qué actitudes suelo tener ante mis diversas relaciones con otras personas, incluyendo las que se me ofrecen como posibles?; ¿me gusta mantener vivas relaciones fuertemente personales, las busco activamente, estoy abierto a ellas?; ¿soy consciente de que son realmente factor clave para el grado de felicidad que pueda alcanzar? (aunque acaso no lo sean siempre para mi comodidad o mi seguridad). Y la pregunta que no debe faltar: ¿qué puedo hacer si no estoy del todo contento con esta fundamental dimensión de mi vida para mejorarla? Porque no olvidemos que las aptitudes se pueden mejorar y desarrollar, y las vocaciones se pueden descubrir, fomentar, cultivar.

La respuesta, no ya intelectual sino vital, a estas preguntas, sin duda marca profundas diferencias entre personas –entre las que lo son con algún grado de insuficiencia y las que llegan a ser persona con plenitud.

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Ilustraciones:

Chiste de Álvaro en http://marucanales.wordpress.com/2008/07/21/la-felicidad/

Cuadro de Romeo y Julieta (del pintor Frank Dicksee) en http://www.alchimea.it/images/dicksee-romeo_and_juliet.jpg

Niño y madre, en: http://ecodiario.eleconomista.es/ciencia/noticias/401138/03/08/La-felicidad-no-se-compra-se-hereda.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es solo dar lo que uno tiene (dinero, tiempo, comprensión etc.), sino aquello que es más propio y personal: uno mismo. En las distintas intensidades de la amistad La capacidad para darse depende de la generosidad que uno tenga. La persona esencialmente egoísta no puede entregarse fácilmente, pues esta muy pagado de si mismo o instrumentaliza la amistad, haciéndose amigo de alguien para obtener de el un beneficio. Como indica la palabra egolatría esto quiere decir que idolatra a su yo, que el es su propio ídolo y en esas circunstancias es difícil que salga de si mismo para dirigirse con afecto verdadero hacia el otro, ocupado por su circunstancia.

Anónimo dijo...

Me alegra que se ocupe de un tema que, como dicen en alemán „nos hace movernos“: cuando en alemán nos preguntamos por lo más importante, se dice: was die Menschheit bewegt... (lo que mueve al ser humano) es decir, los factores determinantes de la felicidad humana: la respuesta es simple, para mí, y a la vez complica: la felicidad de los demás.

No es sólo dar lo que uno tiene (dinero, tiempo, comprensión etc.), sino aquello que es más propio y personal: uno mismo. En las distintas intensidades de la amistad La capacidad para darse depende de la generosidad que uno tenga. La persona esencialmente egoísta no puede entregarse fácilmente, pues está muy pagado de sí mismo o instrumentaliza la amistad, haciéndose amigo de alguien para obtener de el un beneficio. Como indica la palabra egolatría esto quiere decir que idolatra a su yo, que el es su propio ídolo y en esas circunstancias es difícil que salga de si mismo para dirigirse con afecto verdadero hacia el otro, ocupado por su circunstancia.

La amistad verdadera perfecciona a dos personas: una da lo mejor de si misma a la otra.

La amistad exige estar dispuesto a trabajarla dando pasos sucesivos para consolidarla.

Amar es alegrarse con el amigo y sufrir con sus pesares, aquí asoma otro medidor del grado de amistad. Si el silencio es el guardián de nuestra intimidad, también lo debe ser en el otro. Alegría y tristezas recíprocas. Por ahí se topa uno con un segmento de la felicidad. Porque ser feliz consiste en poseer lo que uno desea. Stendhal es su célebre Rojo y Negro, llama a esos dos estados las intermitencias del corazón
Todos nos movemos entre el desear y el querer. En la madurez ambos estados de ánimo tienen peso y medida. Aristóteles dice en su Ética a Ecudemo, que amar es alegrarse. Y Benito Espinoza en su Ética nos recuerda que “el amor es una alegría que se acompaña de una causa exterior”. Amar es alegrarse con. Amar a Mozart es alegrarse uno de sus conciertos y celebrar que un hombre así existiera, amar con un paisaje de Castilla es recrearse la vista con aquella visión. Amar de veras a un amigo es alegrarse de que lo hayamos encontrado y querer estar a menudo con el. Amar el placer con alegría.

Gracias por deleitarnos una vez más con sus reflexiones.