7 de abril de 2009

Lo que hacemos que nos pase

Ortega y el niño

Me gusta la siguiente definición de la vida que dio Ortega, tan sencilla como acertada: la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Partiendo de esta breve fórmula podemos hacer interesantes análisis de nuestra vida y de las situaciones por las que va pasando. Y como “vivir –añadía certeramente nuestro filósofo- es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”, en tales análisis no sólo nos deberíamos preguntar por lo que efectivamente hacemos sino más aún por lo que podemos hacer, por las posibilidades reales ante una situación concreta.

Algunas veces, para mi uso personal, he comparado la vida al juego del ajedrez, y ello guarda también cierta equivalencia con la orteguiana descripción; porque en efecto nuestra existencia viene a ser un gran tablero ajedrecístico en el que el mundo y nosotros vamos moviendo nuestras respectivas piezas; él nos hace sus jugadas –y hasta jugarretas- y nosotros movemos nuestras piezas, usamos nuestros recursos, para responderle o para buscar con iniciativa lo que queremos que pase. Claro que nuestra vida tiene múltiples trayectorias, y por eso yo la comparo, más que a una simple partida de ajedrez, a una gran partida de partidas simultáneas de ajedrez interrelacionadas entre sí. Pero no es ahora oportuno extenderse sobre esto.

Imagen: Ortega parece transmitir el marino sonido de la caracola a un niño  

Aprovechemos, no obstante, esta reflexión para subrayar que “la vida”, que resulta que es “nuestra vida”, o más exactamente lo que cada uno de nosotros llama mi vida, es algo que no sólo nos interesa teóricamente sino de un modo fundamentalmente “práctico” (como sabía muy bien el gran teórico Ortega), y de ahí que sea misión básica del pensamiento hacer que la vida a la que sirve sea satisfactoria para sí misma; lo cual para mí quiere decir coherente con quien realmente soy y tan feliz como sea posible. Pues bien, meditando la fórmula de Ortega y complementándola, acuñé hace tiempo otra definición que en cierto sentido me resultaba más práctica: la vida es, en muy considerable medida, lo que hacemos que nos pase.Pensador en el tablero

Creo que es una fórmula más práctica porque, si se mira bien la realidad propia desde ella, da útil explicación de por qué nos ocurren infinidad de cosas y, sobre todo, porque ayuda a movilizar efectivamente esa vida haciendo tomar conciencia de nuestra responsabilidad en ella y, consiguientemente, a hacernos cargo de la misma tratando de tomar las mejores decisiones e iniciativas para que sea lo más parecida a lo que deseamos que sea –si sabemos y nos atrevemos a poner en claro con nosotros mismos qué deseamos realmente. Se trata de una idea que suscita la esperanza activa, que incita a la acción responsable, que invita a tomar en nuestras manos nuestra vida para tratar de hacerla efectivamente muy nuestra y “muy vida”, es decir, auténtica e intensa. Usando de nuevo la analogía ajedrecística, pongo el peso en el activo jugador vital que somos, en el movimiento inteligente, previsor, audaz, de nuestras piezas.

La definición que propongo no es sólo una síntesis máxima de algo que en la realidad de la vida humana efectivamente ocurre, sino que además se trata precisamente de lo que más nos importa tener en cuenta, ya que nos hace tomar conciencia –y uso- de nuestra capacidad de transformación de la propia realidad, de mejora personal, de aprovechamiento de nuestras posibilidades. Reparad, por cierto, en que matizo ese “lo que hacemos que nos pase” con la expresión “en muy considerable medida”. Creo que efectivamente esa proporción es muy alta; pero, además, podríamos aquí aprovechar otro sentido de la palabra considerable, añadiendo que también ese punto de vista sobre la vida que refleja la definición es el que más frecuentemente deberíamos tomar en consideración, puesto que es el que nos va a permitir acercarnos a nuestro mejor vivir, a nuestras acciones vitales óptimas.

Fijémonos en que al señalar el grado en que es aplicable la definición (“en gran medida”) estoy a la par haciendo una salvedad, dejando constancia de que hay otros ingredientes que también influyen en la configuración y el resultado de nuestro paso por la existencia. Por ejemplo, los elementos de nuestra circunstancia que no elegimos y con los que en principio tenemos que hacer necesariamente nuestra vida: así, podríamos decir que yo no he elegido nacer en una determinada familia, ni ser español, ni ser andaluz, ni las condiciones que provienen de mi cuerpo o de mi fisiología, ni ser varón, ni, por ejemplo, las tendencias iniciales de mi carácter; pero, si se piensa bien, sí puedo elegir el modo en que voy a tomar todo eso, cómo lo voy a ser, o en determinados casos incluso cómo lo voy a transformar: así, hay quienes adoptan profundamente una nacionalidad distinta a la de origen (sin que ello signifique forzosamente perder esta primera), hay quienes modifican extraordinariamente el carácter desarrollado en su infancia y aun el de su madurez, hay quienes varían radicalmente su cuerpo, e incluso la identidad sexual desde la que viven, quienes se crean una “familia real” de más fuertes vínculos que la “natural”, etc. Las posibilidades sociales y técnicas que brinda nuestra época hacen más patente y más frecuente esta capacidad de la libertad humana de superar límites en la búsqueda del propio destino personal, el que cada cual se forja a sí mismo –como bien sabía Cervantes, gran amigo de la libertad: “tú mismo te has forjado tu destino”. Volvemos así a la decisiva importancia de lo que hacemos que nos pase, incluso en facetas en que podría parecer que pesa más lo que hemos recibido o heredado.

Otro ingrediente cuyo peso en la vida humana no hay que olvidar es el azar (si bien muchas personas denominan azar –o llaman frecuentemente “mala suerte”-, a lo que ellas mismas provocan con sus actitudes, actos y omisiones). Porque ciertamente nos acaecen hechos muy importantes o muy graves para nuestra vida en los que el azar interviene como “primer actor”: pero primer actor, yo puntualizaría, por orden de aparición en escena, no necesariamente por orden de importancia en los resultados que ese suceso tendrá para nuestra vida. Por ejemplo, el azar interviene efectivamente al poner un día en nuestro camino a la mujer o al hombre de quien nos enamoramos, pero somos nosotros quienes decidimos el modo de intentar vivir esa vocación personal –o hasta el renunciar a ella; no se elige tener una vocación concreta, pero sí si la seguimos o no, y de qué manera lo hacemos respondiendo a la situación en que nos encontremos. Somos nosotros quienes vamos desarrollando nuestras vocaciones y aficiones mejor o peor a lo largo de nuestra biografía, acaso llevándolas a su plenitud, tal vez siguiéndolas en escasa medida o ignorándolas.

Se podrá objetar que hay acontecimientos completamente azarosos que se imponen a nuestra vida y ante los que “nada podemos hacer”. Tal vez se nos ponga de ejemplo un grave atropello o accidente del que no seamos causantes –ni tan siquiera parcialmente- o una enfermedad como un cáncer. Quitando los casos en los que el que padece el mal tiene una parte mayor o menor en su causa (como quien iba conduciendo sin la debida atención o prudencia, o como el fumador empedernido que contrae –más bien se genera- cáncer de pulmón), podríamos decir que efectivamente hay casos “puros” en que la persona no tiene la menor responsabilidad ni influencia en lo que le ha pasado. Pues bien, incluso ante tales circunstancias hay radicales diferencias entre personas en el modo de hacerles frente, de manera que lo que parecen en principio situaciones similares se acaban diferenciando, como la luz y la oscuridad, en función de la actuación personal de quienes las han padecido. También en ellas es trascendental lo que hacemos que nos pase. En este caso, lo que hacemos con lo que nos pasa cuando esto es muy dramático o incluso trágico. (Lo mismo se puede afirmar, por cierto, para el caso del enamoramiento no correspondido).Christopher Superman

Pensemos en los casos admirables de personas que han luchado con coraje y tenacidad impresionantes en situaciones en las que sería fácil hundirse, rendirse, abandonarse sin intentar realizar las mejores posibilidades que se mantengan. Podemos citar el conmovedor caso de Christopher Reeve, el actor que interpretó al famoso “superhéroe” Superman, y que luego actuó superándose heroicamente en una memorable lucha contra una cruel tetraplejia ante la que no se rindió, conquistando considerables e inesperados logros físicos y personales (inesperados para otros, no para él, que los procuró con ahínco). No menos conmovedora es la tremenda y porfiada lucha de los Odone, cuya historia se muestra en la película “Lorenzo´s oil: el aceite de la vida”; su pequeño hijo estaba condenado a morir en plazo breve por una enfermedad llamada adrenoleucodistrofia, y el matrimonio (lego en cuestiones médicas) se puso a investigar por su cuenta para salvar a Lorenzo, a quien los médicos daban sólo dos años de vida; y lo lograron: tras una denodada investigación encontraron el modo de salvarlo, para sorpresa de los médicos. Otros casos “milagrosos”, como el de la increíble recuperación de Morris Goodman (conocido en los Estados Unidos como “el hombre milagro”) tras un accidente de avioneta, muestran hasta qué extremos puede llegar el ser humano con la fuerza de su mente, de su fe, de su coraje y su perseverancia. Este hombre, con la médula espinal aplastada, las dos primeras vértebras cervicales rotas, que únicamente podía mover sus párpados, a quien le pronosticaron que ya sólo podría vivir con respiración asistida y con apenas más movilidad que la de un vegetal, logró con la fuerza de su mente salir del hospital en menos de diez meses, tal y como se propuso. Estaba convencido de que “el hombre se convierte en lo que piensa”.

Pienso que incluso ante una muerte inesperada “se pueden hacer cosas” por parte de quien la sufre. Quiero decir que se pueden (y se deben) haber hecho. Si vivimos teniendo en cuenta de veras que eso nos puede ocurrir cualquier día, sin dar por supuesto que viviremos “lo normal”, que nos queda una larga existencia para hacer lo que queramos, en suma, si seguimos aquel consejo de Marco Aurelio de que no vivamos como si tuviésemos mil años por delante, entonces procuraremos fuertemente ir dedicando nuestros días –días contados, aunque no sepamos cuántos nos quedan- a aquello que de verdad puede hacer que la vida nos merezca la pena, esa pena que más tarde o más temprano a todos nos va llegando. Se me ocurre resumirlo proverbialmente: quien no se confía y su morir pre-siente, aprovechará para bien vivir su presente.

En todo caso, quien se construye una personalidad fuerte, aunque no evite que algunos sucesos negativos le pasen, sí suele conseguir que no le sobrepasen. Porque mientras quede en pie nuestra personalidad siempre podremos influir poderosamente en cómo nos pasan. Tanto, que se llega a vivencias radicalmente diferentes según nuestras actuaciones y actitudes, de modo que en este sentido es muy distinto lo que nos pasa según lo que nosotros hacemos con ello. Así, ante la misma grave situación frente a la que una persona se abandona y se entrega pusilánimemente a lo peor, otra logra vivirla, en cambio, realizando en sí la inmensa capacidad de lucha, de amor, de esfuerzo, de orgullo y de dignidad que posee el ser humano, y que constituye uno de sus más admirables timbres de gloria.

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La fotografía de Ortega y Gasset junto al niño es obra de Nicolás Muller y ha sido obtenida en la página http://lacomunidad.elpais.com/el-mundo-del-transporte-/category/mis-fotografos-preferidos

La imagen de “El ajedrez en la vida” se encuentra en la página http://jm-pascual.blogspot.com/2008/04/la-luz-entre-tinieblas-el-ajedrez-en-la.html

La imagen de Chistopher Reeve ha sido obtenida en la página http://muldercomics.blogspot.com/2008_09_01_archive.html

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