18 de noviembre de 2008

Disfrute o preocupación

A Marieta, desde el deseo de disfrutar interminablemente de tan bella persona

Es de suma importancia elegir la opción vital de disfrutar cuanto podamos de las personas y de las situaciones, de imaginar cómo se las puede vivir mejor, de actuar con amor, de vivir las cosas de verdad, desde nosotros mismos, siendo quienes de veras somos, en lugar de optar por dejarnos poseer por las preocupaciones, agobios y miedos por lo negativo que pueda pasar o por un posible indeseado juicio que otras personas se puedan hacer de nosotros, estando así una y otra vez pendientes de nuestra imagen y con el ánimo dependiente de ella. En lugar de buscar esta “imagen conveniente” intentemos llenar y dar nuestra realidad, que tendrá por lo menos la frescura y el sabor de lo vivo y auténtico y la dignidad de lo verdadero.

Es biográficamente decisivo cómo tomamos las realidades con que convivimos, qué significan verdaderamente para nosotros; concretando más, a qué le damos importancia en nuestra relación con ellas –y muy especialmente con otras personas. Si nuestra predisposición es la de disfrutar, aprovechar y vivir de la mejor manera, con entusiasmo si es posible, las realidades y posibilidades de nuestra vida, tratando además de buscar y llevar a cabo las mejores; si igualmente nos disponemos a procurar sacar el mejor provecho personal a las que son obligadas o inevitables, entonces nuestras actitudes y actos e incluso el carácter que nos formamos a través de ambos tipos de elecciones personales, van a ser bastante superiores vital e intelectualmente a los resultantes de dejarse llevar por predisposiciones en que lo que cuenta son otras cosas.

Desde luego cosecha una vitalidad y autenticidad muy inferiores quien esclaviza sus pensamientos y sentimientos a una imagen que pretende dar, quien está más pendiente –y dependiente- de lo que van a pensar de él o ella otras personas que de ese saludable, curioso, entusiasta gozar y entregarse a la vida. Por cierto, esta última actitud da además una imagen de mayor y más atractiva personalidad, como pertenece a una realidad personal más auténtica y más intensa.

Es esclarecedor ver como donde unos sienten un peligro y un problema otros saben descubrir una oportunidad y una viva incitación. Si supiéramos tomar a fondo la actitud adecuada de disfrute y aprovechamiento de la realidad... cuántos aspectos del vivir y del convivir podrían ser sentidos como una fuente de gozo, de alegría, de diversión, de sano juego, de interesante saber, de ilusión y entusiasmo, en lugar de ser vividos como un problema, una amenaza, un peligro, una continua preocupación, un miedo a que las cosas no salgan como pretendemos, o bien un incordio o una pesadez. ¡Cuán más ligeramente y descargados de preocupaciones viviríamos, cuán más auténtica y personalmente, cuán más intensamente y más llenos de vitalidad!

Para ello, una de las actitudes convenientes es no poner el orgullo en los resultados, en los logros, en cómo salgan las cosas ni en la imagen que demos. Si queremos ponerlo en algo, que sea más bien en la capacidad de escoger las actitudes más inteligentes, sanas y felicitarias, y especialmente en nuestra autenticidad e intensidad en la entrega a aquello a cuya carta ponemos nuestra vida; en suma, orgullo en que somos de verdad y sabemos disfrutar de verdad, tomando la vida y sus contenidos de la manera más positiva.

Ciertamente hay otra opción distinta y también preferible a la de poner nuestro orgullo en resultados, imagen y otras exterioridades, y al hacerlo seguramente molestarnos y enfadarnos con nosotros mismos cuando esos objetivos no salen como pretendemos: sustituyamos este orgullo, que suele tener algo de vanidad, por una actitud más sabia y simpática de humildad y sepamos desde ella sonreírnos de nuestros errores no intencionados, de nuestras torpezas y defectos, de sucesos y reacciones contrarios a nuestras pretensiones, tomando todo esto con el mejor buen humor.

Lo cual no quita, dicho sea de paso, actuar con fuerte espíritu de superación y perfeccionamiento en aquello en que queramos ser muy buenos, ni está reñido con la exigencia de intentar hacer bien las actividades en que estamos moralmente obligados a tal proceder. Porque he de aclarar que hay ambiciones y logros que me parecen muy buenos y deseables, los referidos a aquellos quehaceres y proyectos que sentimos como propios, que queremos realizar porque los vivimos como parte de lo que somos, de nuestro proyecto vital auténtico, de nuestras aficiones o nuestra vocación, y por ello deseamos realizarlos, y hacerlos bien, de una manera que nos deje contentos personalmente; aquí sí importa el resultado, pero no de cara a los demás y sus opiniones sino a nosotros mismos: importa que nos satisfaga lo que hemos hecho, que esto sea lo que creemos que tenemos que hacer. En actividades creativas es decisivo que lo realizado sea auténtico, que refleje verdaderamente a su autor (aunque pueda no gustar a otras personas o tratarse de realizaciones que vayan contra la corriente social), en todo caso que el hacedor se pueda reconocer en lo que ha hecho. En suma, se trata de no dar importancia a exterioridades como el éxito social, la buena crítica ajena, los resultados sobrevenidos a lo que hacemos, dándosela en cambio a ser consecuentes con quienes de veras somos, a nuestra vocación, nuestros deseos personales y nuestros proyectos verdaderos, procurando convertir en realidad lograda estas interioridades.

No obstante, las actitudes positivas y “aprovechadoras” que voy sugiriendo podemos y debemos proponérnoslas teniendo en cuenta a los demás en cierta forma. En primer lugar, para respetarlos; de manera muy importante también, para que ese disfrutar que buscamos sea compartido, ante todo con las personas que elegimos para nuestro mundo personal. No propongo, de ningún modo, un disfrute egoísta ni abusivo ni manipulador, sino el que es posible y deseable éticamente. La fruición es mucho más valiosa –y generalmente también más gozosa- cuando se trata de un disfrutar con, mientras que pierde su valor y se convierte en negativa cuando es un disfrutar a costa de alguien.

Y no hay que olvidar que nos puede dar gran felicidad y alegría el proporcionar éstas a otras personas, ante todo a las amadas; la condición es que se haga de un modo sano, sin renunciar a ser quien se es, a la propia personalidad, no por debilidad o por motivos patológicos; podríamos decir: por amor fuerte y verdadero, no por una falsificación de éste o un mal sucedáneo como la entrega de los inconsistentes, la manipulación que ejercen ciertos débiles (incapaces de confiar en su verdadero ser) o la imposición de los en el fondo impotentes.

Para lograr las deseables actitudes que estoy proponiendo es básico buscar, fomentar, estimular nuestros deseos, el gran manantial de la vida. Cuántas veces deberíamos preguntarnos qué cosas deseables para nosotros podemos hacer en una determinada situación, de qué podemos disfrutar, qué podemos vivir que nos merezca la pena; y tomar desde luego la mejor actitud para que ello pueda ser posible: inyectarse ganas, apertura a la realidad, curiosidad, entusiasmo, ilusión. Puede pensarse que esto no es fácil; de lo que estoy seguro es que depende en gran medida de nosotros y está muy relacionado con nuestra voluntad, nuestra imaginación y nuestro amor –capacidades humanas que se pueden mejorar en su calidad, intensidad y frecuencia de ejercicio. En lugar de todo esto nos podemos dejar embargar por miedos y preocupaciones y poner el pensamiento en lo negativo que nos puede pasar o exclusivamente en los problemas con que tenemos que enfrentarnos. La elección es nuestra.

Desde luego, algo fundamental en la actitud que propongo (y cada día me propongo) es saber -o aprender a- ver lo positivo, lo personalmente aprovechable, lo que se puede disfrutar y estimar dentro de la circunstancia en que nos encontramos. Sin ese positivismo mental no es posible el positivismo vital de que tratamos.

A ese positivismo en la visión de la realidad hay que añadir el de nuestras reacciones con hechos. Una buena costumbre para alcanzar esta forma de vivir y sentir podría enunciarse así: cambiar cuanto antes cada negativa preocupación por una positiva ocupación; ya sea hacer algo positivo con efectos directos sobre aquello que nos preocupa, ya sea ponernos en alguna experiencia deseable que nos pueda complacer, o al menos que nos pueda aliviar. Hacerlo tan inmediatamente como uno pueda, si es posible en cuanto nos demos cuenta. Esto siempre es aplicable a las preocupaciones y sufrimientos evitables y erróneos –la mayoría-, y no olvido que hay algunos padecimientos que son tan dolorosos como inexorables; pero también ante estos últimos son más acertadas unas respuestas que otras y las que he mencionado no suelen venir mal. En cualquier caso, ¡cuántas cosas positivas y prácticas que nos ayudarían a sentirnos bastante mejor solemos postergar o dejar de hacer!

Algo que está también en nuestras manos es acostumbrarnos a buscar la forma divertida, simpática, gozosa, de mirar las situaciones; preguntémonos en qué podría consistir en cada caso concreto. Como ya he indicado, especialmente valiosa sería la actitud de tomar con buen humor los errores que se puedan cometer, las propias imperfecciones, las meteduras de pata en que se caiga, en lugar de enfadarse por no lograr los objetivos pretendidos o “no dar la imagen buscada”.

Otra idea que nos puede ayudar en nuestra lucha contra las preocupaciones perjudiciales es la de darnos cuenta del poder liberador de saber decirse “¿y qué?” frente a todos nuestros “¿y si…?”: ¿y si no le gusto a esa persona que me importa?, ¿y si tengo una intervención ridícula o torpe al hablar ante tal público?, ¿y si no logro el resultado que pretendo en un examen o prueba?, ¿y si algo sale mal?... Sepamos respondernos: ¡¿y qué?! Dejemos de dar tanta importancia a las exterioridades, a tantas cosas que nos vienen de fuera, como los juicios y opiniones ajenas, los resultados, las valoraciones externas; démosla mucho mayor a ser quienes somos, a gozar de lo que –y los que- verdaderamente queremos, a tratar de hacer bien y serenamente aquello que creemos que tenemos que hacer. Distinguiendo, por cierto, lo que está en nuestras manos y aquello que no depende de nosotros, porque es a lo primero a lo que merece la pena dedicar nuestro tiempo, esfuerzos y ánimo.

Muchas veces, si pensamos con inteligencia la respuesta a ese ¿y qué?, veremos que las que parecían acaso terribles consecuencias tienen bastante menor importancia que la que aparentaban en un primer momento, de lo cual generalmente nos podemos dar cuenta si miramos las cosas con suficiente perspectiva y con valores personales acertados. Ayuda también al buen afrontamiento de nuestros retos y experiencias el imaginar alternativas si las cosas no salen de la manera que más nos gustaría: lo que podríamos hacer, otros caminos que podríamos seguir, qué podríamos intentar para mejorar aquellas facetas de nuestra vida a las que no queremos renunciar. Con demasiada frecuencia tienden las personas a olvidarse, faltas de imaginación, de las múltiples posibilidades que están en su horizonte, que pueden explorar, imaginar, crear, realizar; sin olvidar las que pueden aparecer inesperadamente.

*****

Tengamos, en definitiva, el valor de rebelarnos contra la tiranía de las preocupaciones que hemos convertido en hábito pero son erróneas y evitables, enfrentémonos duramente, valientemente, a esas opresiones emocionales que, generalmente sin darnos cuenta, ejercemos contra nosotros mismos, impidiéndonos o menoscabándonos muchos buenos momentos que podríamos vivir plenamente, y obstaculizando una relación más verdadera y gozadora con la realidad que nos rodea. Decidámonos a disfrutar cada vez más y mejor.

Si lográsemos ser capaces de vivir con parecidas ganas de disfrutar, amar y aprovechar vivamente, a las que podríamos sentir si estuviésemos en los últimos días de nuestra vida, con un consecuente dar de lado a tantos temores, descargándonos de preocupaciones, enfados y pesadumbres evitables, ¡cuánto ganaría nuestra vida! ¿Por qué no imaginar cómo actuaríamos en tal situación y motivarnos para hacer algo razonablemente parecido?

Hay quienes desde su infancia sienten y viven el mundo como un lugar plagado de amenazas, mientras otros gozan de poder verlo y sentirlo como un lugar lleno de incitaciones, realidades interesantes e ilusionantes y oportunidades para disfrutar, jugar y divertirse. A los que han caído en el apocamiento o en un estresante o incluso deprimente vivir por la tendencia a tomar las cosas de forma negativa y frustrante, hay que decirles que el niño –y el joven, y hasta el adulto- que se ha sido no tiene por qué perpetuarse el resto de la vida condicionándola, y mucho menos determinándola, para mal. Para las personas que han vivido el mundo como amenaza, el cambio de que aquí hablo es tan radical como necesario y posible. De creer esta verdad depende que su vida pueda ser mucho mejor de lo que ha sido, y de lo que promete ser si no despliegan bien sus velas del disfrute, gobiernan su timón desde un positivo mirar, se preparan para invocar y aprovechar a tope los divinos vientos del entusiasmo y ponen proa hacia su más valioso destino.

Ninguno de nosotros puede renunciar a intentar esto a fondo, a lograr disfrutar de las personas y situaciones que la vida nos ofrece y nosotros nos buscamos, en lugar de dejarnos dominar por la preocupación, el miedo o por otras emociones, pensamientos y sentimientos negativos. La razón de ello no puede ser más fuerte ni más clara: en que lo consigamos nos va en gran medida la felicidad que vamos a lograr en nuestros días.

0 comentarios: